S/75.00
Martin Adán nunca renuncio a la tarea de atrapar lo inasible, de capturar el secreto del uróboro, de perderse en el laberinto indescifrable del ser humano, del ser humano, del ser palabra y del ser puro y simple. Esta empresa es uno de los ejemplos más singulares (y más escasos) de una obra sin fin que se busca a sí misma que crea su propio sistema que se desparrama en todos los saberes humanos. Eso fue y sigue siendo la mano desasida. Obra de portento, dispersa en innumerables fragmentos como piedras de una ruina, como la ruina de la que es símbolo: en pedazos de papel, en hojarasca casual, Martin Adán fue escribiendo durante años este poema, este libro del pensamiento y de la desesperación, de la plenitud y de la sabiduría. Aunque hubo ediciones muy parciales del poema (una en vida del autor), nunca hasta ahora se había emprendido la reunión de todas esas piedras, de toda esa generosa hojarasca que Martín Adán nos dejó para que no dejemos nunca de leer esa “hambre de razón que le enloquece”, a su admirando Vallejo y a él mismo, ambos profesores de “haber tanto ignorado”. Es la ignorancia o el deslumbramiento, como dice Whitehead, que queda siempre después de que la ciencia y la filosofía han agotado sus recursos de investigación: es la ignorancia profunda de la poesía lo que ha dejado a Martin Adán en este caudal de papeles de la mano desasida y que María Cristina Monsalve ha reunido con rigor, con pasión, con dedicación, con paciencia y con su sabiduría. Jorge Aguilar Mora.
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