La voluntad del tedio:[El mal de la duda]. Silva Vidal, Ismael. Lima:Empresa Tipográfica Lartiga, [1916]. ISMAEL SILVA VIDAL LA VOLUNTAD DEL TEDIO EMPRESA TIPOGRÁFICA-LARTIGA 425-LIMA Ismael Silva Vidal...La Voluntad del Tedio...Novelas 1916 Del Autor: EN PREPARACIÓN: El inventor del simbolismo (Elogio de N. A. della Rocca de Vergallo) ...Yo no sabría decir precisamente si estas son, como las llamo, "novelas"; si hay en las páginas que siguen, los elementos completos y armónicos de una trama escrita que pueda denominarse novela. Son más bien una serie de pensamientos y de sensaciones observadas o sentidas, poco importa, que se mezclan con la apariencia ligera de la vida material y sus circunstancias y que unen sus armonías dispersas bajo el gobierno de la Lógica. La Lógica es casi siempre el Destino. Y si hay en él una apariencia de injusticia ella es incierta; existe en sus manifestaciones una significación profunda que queremos alcanzar siempre y perpetuamente nos rechaza. Viven en estas páginas dos seres: Fernando Ribera y Fernando Faraday, que acaso sean el mismo hombre visto en la vida bajo dos distintos aspectos. Pero como la existencia a pesar de su multiforme y perenne variedad, repite en el tiempo sus modalidades y en veces sus momentos son paralelos, he aquí que en estas dos tramas pueda percibirse o mejor, sentirse, determinada monotonía. ¿Mas, debe traicionarse el sentimiento de una obra artística para diversificarlo y presentarlo al que lee en la forma más atrayente y amena, con la misma irritante prolijidad con que un folletinista concierta a su manera las causalidades y las casualidades de un Destino acomodaticio y limitado? Desde luego, aquellos dos seres no son sencillos y están, empero, enamorados de la sencillez. Es una primera contradicción y no la única, porque son escencialmente contradictorios. Es su principal condición, la más peligrosa desventaja para la vida mecánica. Esta peculiaridad de la contradicción les perderá. Así, Fernando Ribera es un ser violento, generoso; espíritu de capitán antiguo reencarnado en un hombre literario de los actuales tiempos: propio cultivador de su neurosis; hombre infeliz que perdió una vez el camino y hace desesperados esfuerzos por no encontrarlo ... Estos seres dignos de misericordiosa compasión están descentrados: es otro de los síntomas del mal que les aqueja. Comienzan por sentir el fermento de una orda irritación contra la vida estrecha que les rodea, que les liga y reduce privándoles de la energía de acción necesaria para completar el paisaje de los idealismos, imprescindible para formar el contraste, la trabazón, que es eje y base: ellos sienten, dentro, el ritornello de una lírica canción; mas no la grave voz que alterna, colora y armoniza. La buscan, ¿pero han de encontrarla en el medio impropicio?.. He allí porque su progreso es solamente anímico. El espíritu es obligado a un trabajo cotidiano potente que rápidamente lo exacerba y agudiza su sensibilidad destruyéndolo de manera lenta y segura. ¡Y su facultad de fantasear!.... La fantasía es la enemiga oculta. ¿Quién no la lleva en sí? ...Y si en los seres equilibrados puede ser buena y significar una tregua entre el vago deseo de infinito y la realidad mediana, en ellos—Ribera, Faraday—es fuerza creadora de irrealidades cuya extraña potencia les excita y exalta, les hace arder y les consume, deforma toda sensación; es una fuerza extrema que oscurece el sentido de lo verdadero y vivido y les impone la constante y terrible confrontación con los accidentes vulgares de unas vidas de triste riqueza interior. Y así, se arrastran entre los materiales obstáculos, desgarrados y sangrientos, bebiendo la propia sangre con rara y mística delicia, mientras sus pupilas dilatadas se fijan en una mirada hacia arriba y hacia adelante siempre, en una muda, en una sombría interrogación que comenzó alguna vez produciendo el lento martirio de la carne y la dolorosa ansiedad del espíritu y que no acabará nunca ya, en tanto ellos continúan por la vía dolorosa y diversa, mezclados á la existencia trepidante y febril de los otros; pero solos, ¡solos! cruentos, macerados y miserables!.... Tales son las almas pobres de nuestro tiempo, de nuestras sociedades sudamericanas, vacías y egoístas, ocupadas por una suerte de superficialidad que esteriliza la función reflexiva y reduce a la nada toda aptitud sensible. En estas sociedades encontramos las almas ambiciosas, los corazones audaces, los cerebros aptos, los sentimientos generosos dispuestos en un solo ser que no tiene ¡absolutamente! voluntad. La voluntad es obra de una educación que comienza a ser fecundada en el hogar, que crece en la escuela y se retempla en la vida; pero en nuestros pueblos no hay hogar, no hay escuela, ni vida libre y consciente. He aquí porque estos seres abúlicos son reales y esconden tras la apariencia de sus rostros una tragedia que está hecha de obstáculos nimios, pero en verdad invencibles! ....¿Es acaso pecado de la raza?.....Esta resignación cuán distinta es del dolor sonoro y pregonado!.... Sufren ellos en silencio—¿diré que a veces con delectación?—todas sus protestas hechas son a ellos mismos; evidentes fatalistas, viven en perpetuo soliloquio, llevan dentro el hombre con quien conversan y hasta en veces, filosofan sobre la esterilidad de sus vidas ¡ellos! que aspiran constantemente hacia un destino más alto y más noble. Son evidentes fatalistas y fatalistas a su manera, porque el fatalismo es precisamente la ausencia de todo instinto volitivo que pueda contribuir en un momento cualquiera al esfuerzo, que rehace el desvastado concepto de la personalidad y lo restituye y lo reintegra. Pero estas almas sin voluntad o con muy pequeña voluntad, son obedientes, son resignadas y son ciegas. Han exaltado la visión de lo que no saben y presienten. Piensan en la enorme y magnífica potencia de las fuerzas desconocidas que gravitan sobre el mundo y se compadecen de su infinita, de su desamparada pequeñez, ante el misterio inmenso de los hechos que gobiernan, hacen y desenvuelven la existencia. Son cobardes y se alimentan de miedo. Conocida su manera de pensar, puede deducirse su fin con solo saber el medio en que viven y los seres con quienes han de convivir. La excitación continua de su fantasía dispónelos perpetuamente sometidos al imperio de sus sueños. Sentirán la necesidad de soñar. El sueño será a manera de engañoso alivio, como el opio o la morfina para las degeneraciones fisiológicas. ¡La necesidad de soñar! Ellos la sentirán agudamente en los más trágicos momentos, aún en aquellos en los cuales se juega su vida y su porvenir. Y esta palabra porvenir que tanto encierra, no será sino pretexto de nuevos sueños, preparación á nuevos dolores que ha de producirles la confrontación de una realidad descolorida e inarmónica con la perfección y la unidad de toda visión. Esta necesidad de soñar es de una amarga dulzura.... Y ella contribuye también a la lenta anulación del capitoso instinto volitivo, a ese apartamiento de la acción que obliga a los hombres a caminar por la vida agenos al interés que agita y conmueve el mundo, y que los pone en el trance angustioso de comprender la esterilidad del esfuerzo humano, la grandeza sombría del error y la tremenda verdad del ridículo, que, marcando a los hombres con un cascabel en el corazón, denuncia el alma que tienen de titiriteros revistiéndolos de esa inconsciente vanidad que pondera su acción y les hace declamatorios y vanos. De esta suerte nace el reflexivo desprecio por los hombres que van a un fin, por los convencidos de su misión, por los pregonadores de las excelencias reales, de una realidad que les sujeta y obliga a seguir el camino de la lucha constante, del odio y del amor, a lo largo del cual resuena la carcajada ignota cuyo eco despierta en el corazón el terror de no saber.... ¿Y en quien no tiene siquiera el valor de despreciar?.... Sobreviene necesariamente la indiferencia. El taedium vitae que se apodera de esas almas quietas, inactivas, conmovidas por un misticismo extraño que no es adoración a ningún Dios, sino confesión de los horrores humanos, alejamiento del sordo rumor de la vida prepotente, exaltado deseo de otra cosa que no está en este mundo, y, posiblemente, en ningún otro! Estos son los seres de nuestras sociedades sudamericanas que se forman, de imitaciones que alguna vez tuvieron el propio sello y la propia manera típica; que ahora llevan, separadas en la distancia y en el carácter, distintas en la forma y en la íntima substancia, el sello de otras, que les sirven de modelos, a las que no conocerán jamás. Y acaso alguna vez surge en esas conciencias en fermentación un victorioso grito: el del vidente ante el panorama espléndido, el grito legendario de Arquímedes que altera la profunda consistencia de su cerebro y le produce una alegría loca, el grito que reune en su expresión gozosa la sensación de la victoria plena; y esa exclamación dice del camino encontrado para resolver el caótico problema que descompone la ansiada serenidad, la suprema armonía, la ataraxia. Casi siempre el camino es el amor, como en "El Mal de la Duda". ¡Pero el amor es un sentimiento tan relativo!.... Se inicia así esa tremenda comparación entre la idea y el hecho. Decimos amor infinito y la razón nos dice que la más ínfima circunstancia independiente de nosotros puede torcer y romper bruscamente el amor. Decimos amor total y absoluto, posesión completa, y pronto ¡demasiado pronto! descubrimos que el ser amado apenas nos pertenece en el fugitivo momento del juego sensual. ¿Pero nos pertenecemos nosotros mismos?.... He aquí la duda, el mal de la duda...... Desde que el hombre comienza a pensar principia también a dudar y a sufrir. Se destruyen todas las bases anteriores. Aquellas ideas inconmovibles que sostenían en nuestro cerebro la frágil arquitectura de una sabiduría no probada en la frecuencia del dolor, comienzan a rajarse y a la primera crisis moral el edificio se desploma, cae y, casi siempre, sepulta al hombre entre sus escombros inermes.... Hemos dicho: a menudo, ese camino glorioso encontrado, cuyo hallazgo anuncia el grito glorioso, es el camino del amor. Y ello en verdad es cierto. Hasta que no aman, hasta que no padecen las miserias y las tristezas del amor, los hombres no completan su personalidad. En el amor y por el amor se resuelven todas las voliciones humanas. Todas las conquistas materiales tienen ese solo fin! alcanzar el amor. ¡Cuántos seres consagran la actividad de una vida al objeto de lograrlo, ¡Cuántos a poseerlo y dominarlo! ... Unos le temen y se sienten fascinados de cerca por su abismo, al fondo del cual tiemblan las rosas milagrosas y de cuya profunda negrura emergen voces de misterio y de encanto; otros le ven en la inmensa distancia futura como el seguro puerto, el consolador refugio. De allí que en él se encierren—sagrado receptáculo—tan grandes significados, tan magníficos símbolos y se espere de su influencia en cada personal Destino la purificación, bajo su fuego, de todo germen de mal y de desdicha. ¿Cuáles son los cerebros que calientan en la agitación perenne de las ideas, desolados pesimismos?... Nacen, vibran, refulgen las doradas ilusiones: unos ojos verdes hacen entrever la sedante voluptuosidad del mar; unos ojos negros sugieren la idea voluptuosa de la llama oscura que acaricia y laxa en el supremo espasmo desconocido. Y así, cada material encanto de una mujer que amamos crea los paraísos de bella mentira que exaltan el espíritu y le llevan a forjar las concepciones tumultuosas y literarias—como imágenes vistas en espejos distantes—a aspirar a los supremos refinamientos, a las amargas dulzuras de la carne, al goce de una belleza eterna, a las idealidades supremas del espíritu; a esa armonía de contrastes que son las pasiones violentas mezcladas con la continua sensualidad de las ideas puras, en un propósito acerbo y doloroso; pero que es manantial de agudas y punzantes voluptuosidades secretas. Y puesto el amante, el vidente, en ese estado de supina embriaguez emotiva: ¡cuál desesperación ante la realidad limitada! ¡cuál remordimiento ante el reflejo magnífico de los sueños! ¡cuál ridículo al comprender la vacuidad de sus pensamientos, de sus construcciones, de sus propósitos!.... He allí como aparece el dolor irrefrenable, el dolor tempestuoso que no se disipa con lágrimas, porque no las habría suficientes en abundancia y amargura para llorar el fracaso decisivo de tales esperanzas!.... La reflexion, instantánea serenidad entre relámpagos -inquiere en la conciencia atormentada la causa. ¿La causa?.. ..Se reflexiona, se analiza- ¿Es el exceso de sueño?.... En la duda pungente hay una certeza, es un campo de luz siniestra, la verdad terrible: la causa es ella. Ella es la traidora, el depósito de los ideales y de los sueños, la vivificación del fin de una vida, ella, mujer, que no supo corresponder al íntimo ideal, o porque fue ínfimo su espíritu o porque estaba ya agotada su sensibilidad y exprimida en los largos años de la pubertad intuitiva y depravada en solitarias deducciones. Ella, ya convertida en extraña, en enemiga, en odiosa causa del dolor actual que es el definitivo, ella, siempre amada! Cuán cierto es que hay en el alma ocultos quién sabe cuáles instintos de esclavitud y de ignominia, que detienen la mano que ha de libertar, que remachan el yugo, que aflojan la artificial impetuosidad del odio que el dolor expele fuera de nosotros mismos buscando a tientas la forma material de proclamarse y obrar. En Fernando Ribera, en "En el Mal de la Duda”, todos estos sentimientos esbozados adquieren a la hora de la crisis una fuerza desconocida que no es dable manifestar en ningún lenguaje. Y a ellos se agrega un nuevo elemento que se incluye en la fermentación del crimen, el cual, idea-larva, se agita ya, se arrastra en el fondo de la conciencia, presta a erguirse y dirijir esas manos ávidas que la angustia y la perplejidad crispan, encojidas en actitud de garra. Este nuevo elemento es el pensamiento de su antigua vida, de los sonoros triunfos en su arte. Acaso él en algún momento ha comprendido que todos esos aplausos son el resultado artificioso, insincero, de un esfuerzo aparente y de una obra también en mucho artificiosa; pero en la hora mortal, la sensación de que el amor de su mujer le ha desviado del camino hacia otros horizontes mezquinos, la sensación de que ella y él serán sólo la pareja frecuente y secular que se ayunta en un lecho para lanzar al mundo nuevos seres que sufrirán iguales ansiedades e iguales dolores, la sensación de esa vulgaridad y de esa bajeza adquiere proporciones insólitas de tragedia y releva el atroz remordimiento de no haber sabido resistir la tentación de la mujer que le ha cortado las energías para el supremo vuelo hacia otra vida! Ella es pues la causa primera. Ella debe ser—dócil a la débil e inflexible lógica de su alucinación—la primera víctima. ¿Y el amor? ¿Y el amor que es el deseo, por qué no grita? ¿Por qué esa carne atormentada y sedienta no se estremece, no ruje azotada por la lujuria? ¡Oh! Sí, sí... El deseo pide siempre; él quisiera disolver instintiva su sensualidad en ese regazo, idéntico a los otros y que esconde sin embargo, para él, misteriosas energías y misteriosas delicias; pero no hay ya en el cerebro enturbiado la fuerza suficiente para resistir a la tromba desatada, y esa idea, idea-larva, ese poco de asesino, que llevamos todos dentro, se yergue irresistible tacteando, como un autómomata, Fernando Ribera sorprende alevosamente el sueño de la mujer inocente y la mata. Pero si Fernando Ribera mata porque el delirio extremo suscita en él una ficticia energía, Fernando Faraday en “La Voluntad del tedio" comprende en cambio que no puede matar. Hay en su espíritu el mismo fermento literario que en el de Fernando, pero aún no desarrollado, y como ese mismo espíritu o sentido espiritual se niega a una convivencia al lado de la mujer que le engaña, huye de su casa y se lanza a una vida desconcertada publicando en una novela interesante la lamentable historia de sus amores rotos. De nuevo al lado de su mujer, sumiso a la única voluntad que ha conocido en su vida, la irónica voluntad de un destino cómico, la abandonará una noche cualquiera porque ella dijo a su oído una frase imprudente y sobre todo, porque le acomete—bajo la forma engañosa de una noble rebeldía espiritual, demasiado tardía para ser sincera—la voluntad oscura y sutil del Tedio, el Señor de todos, el tedio que, como en el verso patético del poeta: ....dans un baillement avelereit le monde.— En mi lírico empeño, consciente de mi ninguna maestría y de mi impotencia artística, yo he querido forjar estas almas con el metal indestructible y caro a la frivolidad de todos. Fingen a mi ciego entusiasmo literario, ser de oro estas almas tristes, en las que he puesto un poco de mi tristeza y de mis sueños...Bajo la acción perenne y corrosiva del taedium vitae, ha ido disolviéndose y manchándose este oro que era claro y puro y brillante, como una esperanza o como una sonrisa de mujer.... En Lima, en el Verano de MCMXV LA VOLUNTAD DEL TEDIO La Noticia Desde las doce del día la señora Faraday sentíase intranquila. Sus frases eran rápidas, inconexas. No prestaba la menor atención a las pequeñas intrigas sociales que la señora Menéndez la contaba sonriente con su boquita grana humedecida y sus dientes preciosamente blancos y brillantes. Pero la señora Faraday mal podía interesarse por los negocios ajenos cuando los suyos estaban en tan grande apuro. Esa misma mañana, tras un habitual despertar de plácida voluptuosidad legal con su joven esposo, él y ella, en el lecho habíanse prodigado ternezas, tomado el desayuno, leído los periódicos, y en ellos, la fatal noticia. Eran cuatro líneas pequeñas, agazapadas, escondidas en una columna de la primera plana; parecían preparadas para el asalto de los corazones y las almas: noticiaban la suspensión de pagos del banquero Schoen. (Schoen, Isaacs & C°), decretada el día anterior. Y este banquero mezcla de tudesco y de judío era el depositario de la fortuna del señor y la señora Faraday. El señor Faraday en los primeros momentos tranquilizara a medias a su mujer deteniendo así una de sus crisis nerviosas, de aquellas que ponían a la señora Faraday rígida, desencajada, bellísima en su lividez, la mirada muerta, inexpresiva, como en el ensueño de una gran noche de amor. Finalmente, saliera a la calle desesperado y trémulo; no sin embargo porque le alocara la pérdida colosal de su tranquilidad y su elegancia, sino porque estaba enamorado y la señora Faraday—Elisa—era una linda mujer sensitiva, frágil y débil, que saludaba al Sol en las mañanas chupando bombones caros. En suma, una mujer no nacida para la estrechez y el esfuerzo. Elogio de la señora Menéndez y del sentido común.... La señora Menéndez aunque avizoraba la inoportunidad de su visita y que el señor y la señora Faraday tenían algo por comunicarse, disimulando poco el malestar que les producía su presencia, no quiso dejarles: habíase despertado su curiosidad y de antemano un calofrío de gozo galvanizaba su cuerpo alto y ondulante. Contaba con su ingenio y su prodigiosa sutileza. Era grandemente intrigante; ocultaba su aguda malicia tras el suave candor de unos ojos negros muy aceptables, muy luminosos; diríanse buceadores de toda conciencia; pero no. Más caros detalles la preocupaban en sus semejantes: sus historias pasionales, sus condiciones económicas, los amores prohibidos, los enlaces concertados, los noviazgos que deshacen la desilusión o la conveniencia, las hablillas perversas; cuanto constituye el más insinuante encanto de los salones y de las personas decentes. Poseía grandes condiciones sociales y era mala. No por temperamento: por coquetería. La señora Menéndez tenía sentido común, virtud que en la vida distingue a unos de otros prójimos. Generalmente, tienen sentido común los políticos y los tenderos y cuantos viven de la pereza ajena o de la docilidad de las gentes; también las mujeres cuando no se han enamorado y los humanos todos a los cincuenta años, edad provecta en cuyo caso el sentido común cambia de nombre y se llama experiencia. La experiencia es el recuerdo de los propios errores y su ostentación es vanidosa. Y como la señora Menéndez tenía sentido común, rápidamente dialogó consigo misma: —No es cuestión de amores lo que les preocupa .... —¿Por qué no? —Porque la emoción sería de uno solo.... —Busquemos más, entonces; por otro camino. ... Como se ve, el sentido común la guiaba al conocimiento exacto, hacia la verdad, que era la desdicha de sus amigos. Pero fue en vano. Los señores Faraday sinceramente intranquilos, hondamente preocupados, acabaron por ser descorteses sin quererlo y a fin de evitar un enfado la señora Menéndez abandonó la casa. Ibase violenta, despechada, presa de una curiosidad infinita y terrible que la cosquilleaba en los más adorables repliegues perfumados, curiosidad infinita que la desencantaba de su talento y de sus magníficas dotes sociales. Anatema del periódico Cuando quedaron solos. Elisa batió los brazos, trágicamente, poniendo en su mirada un resto de la esperanza que se apoderara de su corazón, preguntó: —¿Verdad?.... Ella leía pocas veces los periódicos. Había oído decir siempre que publicaban sólo mentiras distintas con él mismo conocido lenguaje trivial e indiferente. Tal convencimiento, aumentado a esa hora, fecundó su duda. Fernando Faraday, muy pálido, apenas repuso: —¡Verdad!... La ira, la tristeza, conmovieron las entrañas de la delicada criatura. ¿Asi pues, esos papeles negros, fúnebres, solo decían la verdad amarga de su desgracia, entre tantas mentiras?.... ¡Porqué no habían mentido una vez más!.... Sobre un diván que cubría un tapiz oriental, alguien dejó doblado un diario. Elisa se abalanzó sobre él con furia, con locura, fosforescentes los ojos verdes, apretados los menudos dientes... y cayó vencida sobre el mismo diván, con “su crisis” fría, rígida, bellísima, manchadas de tinta las frágiles manos .... La esperanza es una palabra solamente.... La casa estuvo de duelo todo el día. En un ángulo de la habitación, unidos por el dolor como nunca lo habían estado por la dicha, Elisa y Fernando, sentados frente a una vidriera contemplaban la calle y el vocinglero pasar de autos, coches y tranvías, sin atreverse a salir de su ensimismamiento, fatigados y vencidos. Al cabo, habló él primero. Sentíase ya, lleno de fe y de amor. Fuertemente atado a su mujer, porque el dolor une más en la vida que la felicidad incompleta y ligera, sentía centuplicadas sus energías. —Recobraremos lo perdido, -dijo. Luego, a medida que iba describiendo su bondadoso sueño, su magnífica esperanza, las palabras eran más precisas, tenían color y luz. Vibraba la voz. Hizo una pausa, encendió un cigarro y continuó. —¿Sabes?...Llevaremos una vida modesta, romperemos con el mundo; viviremos uno para el otro.... Yo trabajaré mucho, no importa que oscuramente; pero tu disiparás con tus besos el cansancio; tu amor me dará nuevas fuerzas y al fin triunfaré!.... ¡Tengo la esperanza!.... Y era su voz tan ardiente y convencida que igual dijera: ¡tengo el mundo, la dicha, el amor!.... Y el amor, la dicha y el mundo son creaciones frágiles de los hombres, invenciones pintorescas, entretenimientos para ejercitar el mortal cansancio con que nacimos.... Pero Fernando era joven y tenía la esperanza! .... En sus manos también el cigarrillo que se consumía. Las volutas del humo subían al techo irónicas, lentas, delicadamente espirituales.... —¡Tengo la esperanza! Al fin triunfaré; tendremos hijos y esta vida de esfuerzo, qué hermoso ejemplo para ellos!.... Dijo mucho más. Estaba iluminado; frente a sus ojos veía desarrollarse pura y sencilla esa vida codiciada ya, de humildad y noble empresa que demandaba un corazón fuerte y una voluntad obstinada. ¡Ah, serían felices!.... El sería feliz luchando con la suerte, venciéndola y anulando los obstáculos, llegando al fin.... ¡La vida era hermosa! Hasta en el dolor mismo se encontraba, en el oscuro fondo la claridad sublime de la alegría! Un poco más y Fernando hubiera bendecido aquella quiebra de Schoen, Isaacs y C°. que en tal trance les pusiera. Elisa Faraday escuchaba a ratos: Viviremos oscuramente....tendremos hijos... hermoso ejemplo....esperanza!... No entendía. Nunca supo lo que era la esperanza. Nunca tuvo que esperar nada; todo fue de ella en cuanto ella lo quiso.... Sabía sí, que la esperanza era una palabra solamente ...Cuando su marido calló, lloraba ella con largos sollozos; era un llanto de niña, resignado, triste, profundamente enternecedor... El tributo social Recordaron después que estaban invitados: una comida del Ministro británico. —¿Iremos?.... Creyeron que era mejor asistir; disiparían así, un poco, aquel dolor insoportable. Había que prepararse. Elisa vestíase, lenta, ayudada por la doncella. Mil ideas, mil proyectos, giraban en su cabecita loca, no acostumbrada al tormento de pensar y comprender. Sentía odio. ¿Contra quién?.. Contra nadie y contra todos. Contra la Vida que, brusca y brutal, cortaba su felicidad, la arrojaba en un abismo de miseria y desolación. ¡Pensar que ni siquiera tenían ellos la culpa del desastre! Porque, claro, la culpa era sola del tudesco malvado, explotador, ladrón vulgar!.... ¡Ah! Para él todas las maldiciones. Para él mil muertes de atormentadora agonía!.... Delante del ropero abierto, enorme, esmaltado de rosa, titubeó al elegir un traje. Todas sus preocupaciones quedaron redimidas por esa duda repentina de mujer elegante y admirada. ¡Cual escojer! ¿El rosa?....¿El fresa?....¿Aquel verde suave, primera toaleta de casada?... Tenía pereza de decidir. —¡Ah, qué fastidio!....Mariana, escoja un traje, cualquiera, el que más le guste... —Todos la prueban bien, murmuró la sirvienta, aduladora, y eligió el verde. Su marido entró poco después, correcto y pálido, de frac. Ella se arreglaba ligeramente el tocado. Movía la armoniosa cabeza a uno y otro lado, y los hombros delicados, la nuca sombreada y el cuello recto, blando, lechoso, ofrecíanse frescos y desnudos. —¿Tengo muchos polvos?....—interrogó volviéndose hacia Fernando. —¡Encantadora! La besó en la boca, con un apretado beso. Se enfadó ella y graciosamente tornó a pasar por los labios humedecidos el lápiz rojo del carmín; pero en el fondo, el amor de su marido la consolaba, halagándola. El automóvil rojo, reluciente, encendido, esperábales a la puerta. Cuando ellos subieron arrancó estrepitoso y se perdió en el tumulto callejero de la noche. La alegría correcta Su entrada en el salón luminoso, esplendoroso, fue teatral y triunfadora. Fernando Faraday temblaba de orgullo. ¡Era esa su mujer, llena de gracia y distinción!.... Pero al mismo tiempo pensaba: ¿y mañana?.... Era inevitable. Rápido pasaría el tiempo. Pronto aquella oscuridad densa, tras de las mamparas, se tornaría claror difuso.... ¡mañana! ... ¡mañana!.... Brevemente, la señora Faraday tuvo cubierta de letras microscópicas y nerviosas su carnet de baile: solo quedaba una polka para su marido.... Demasiado joven para estar aburrida de la luna de miel—exhibida escandalosamente—arriesgaba todavía bailar con su marido soportando valerosamente las consecuencias de tan deplorable costumbre, encantadora antes y ya pasada de moda.... Alta y fina, con su traje verde, sus ojos fijos y su expresión fatigada, ligeramente dolorida, la señora Faraday dominaba, estaba irresistible. Con su traje verde, divinamente extraña, semejaba una lejana visión de mar.... La música llegaba de muy lejos. Apenas alcanzaban a percibirse los lánguidos suspiros de los violines; una armonía flébil y distante. A veces, exclamaciones anquilóticas de ingleses rasurados o sonoras risas, cortaban aquel eco dulce y doliente de los violines, y entonces la armonía rota quedaba en el oído, como suspendida.... Elisa, rodeada de tres o cuatro caballeros que con igual ansiedad esperaban su turno para el vals, no escuchaba las palabras de galantería y deseo. Oía la música. La música obligábala a pensar vagamente y la ponía triste. A menudo, el pensar nos vuelve tristes. Pensaba en el abandono de su mundo ¡mañana mismo! ¡dentro de breves horas! Pero fue una pasajera melancolía. En un instante las luces del salón parecieron avivarse, un perfume violento: olor de mujer, aroma de flor, llenó los ámbitos amplios. Era el cotillón. Las parejas comenzaron a danzar ágiles acompasadas, rápidas y sensuales, bajo la luz, entre el perfume sofocante. La señora Faraday bailaba con pena su cotillón postrero. Las preocupaciones que la oprimían restábanla toda alegría y un momento estuvo por desmayarse en los brazos solícitos del señor de Unzueta, un mozo bonito, rico y averiado. —¿Prefiere Ud. egypcios? ... —¿Del Cairo?.... —O de Londres.... Después de encender los cigarros, se aislaron en una ventana abierta sobre el jardín y respiraron el aire embalsamado de los heliotropos que al fondo se apretaban y se movían lentos, como una masa informe y oscura. Hablaron de negocios porque ni Fernando ni Rodrigo González gustaban hablar mal del prójimo. Rodrigo contó la historia lamentable de Clemente Vivar, corredor de Bolsa, el cual -una pistola mediante—concluyera con su vida esa tarde misma. —¿Qué?.... —Un tiro. Lo de siempre; o lo de nunca. Unos se matan por cubrir con la muerte una ratería; Vivar por no hacerla. Y, sin embargo, esa ratería disculpable le hubiera salvado. —¿Pero es posible?.... —Y deplorable. Fernando sentía un verdadero pesar; amigo del suicida, escuchó emocionado la historia. —Liquidó sus pocos dineros y se encontró sin capital con que seguir adelante. En vez de tomar los fondos de sus comitentes prefirió liquidar. Con el dinero ageno pudo realizar cualquier combinación pero-honrado y patético-prefirió liquidar.... El, sin su oficina, no hubiera sobrevivido. Veces hay, que se cobra hacia ciertos objetos y costumbres verdaderas pasiones. Se quieren más las cosas que las personas. Al fin las cosas de la vida son eterna y enteramente fieles y calladas... ¡pobre Vivar!.... Era un sujeto magnífico. Hay seres así, extraños; quitarlos de su medio es conducirlos a la desventura y a la muerte. No se puede romper bruscamente con el pasado. ¿No ve Ud. los fumadores? ¡Cuanto cuesta ahuyentar el vicio dañino!.... Pero, querido Faraday, allí veo a Annie que me llama... está deliciosa.... ¡qué hombros!....¡Ah!.. ¿Son ustedes de los nuestros, mañana?.... Un pic nic.... De todos modos les esperamos.... El automóvil rojo Cruzaron las calles bajo el frío y la fina llovizna del alba. La ciudad se despertaba del cansado sueño de la noche. El automóvil rojo corría trepidante y a su paso volvíanse las cabezas soñolientas, las miradas codiciosas o picarescas de obreros y viandantes. De nuevo solos, otra vez se sintieron penosos. Después de tan grande triunfo, Elisa conocía ahora la enormidad de la derrota. Fernando callaba; temía hablar, retroceder en el camino ya elegido: reducirse, oscurecerse, hacerse humildes hasta que de nuevo fuera rehecha la fortuna perdida. Este era, lo había meditado, el medio de la salvación; ¿pero no sería también el de la muerte? ... Las palabras de Rodrigo Gonzálvez en el baile, le mostraron el peligro y lo temía por la amada. Con todo, era preciso sobreponerse y aceptar la tremenda prueba. Abrazó a su mujer y la retuvo tiernamente en sus brazos. Elisa estaba palidísima, la mirada apagada de sus ojos se fijaba en él sin expresión ninguna. Las ojeras moradas extendían por el rostro una sombra voluptuosa y su lasitud la presentaba más delicada y más bella que nunca. Finalmente, él habló: Dijo muchas cosas pensadas e inpensadas: No sería preciso reducirse y soportar en seguida las consecuencias de la quiebra de Schoen.... Elisa pareció volver en sí: —¿Sabes?—apuntó—anoche he hablado en el baile con don Fabián. Yo pedí a su experiencia de magistrado alguna luz. Me ha ofrecido estudiar el asunto; buscar una forma eficaz, e responsabilidad para Schoen; si pudiéramos recobrar algo siquiera... La justicia puede lograrlo—don Fabián lo asegura—aunque, en suma, nada me haya prometido a firme.... ¡Pero me ha dado muchas esperanzas! ... —Eso será largo-repuso Fernando que no se engañaba—eso será largo y en tanto, nosotros debemos resolver inmediatamente muchas cosas.... No reduciremos la casa. Haremos si, pequeñas economías en ciertos gastos.... Hay que deshacerse de lo superfluo.. Hoy trataré de vender el automóvil, ventajosamente.... Le miró atónita: —¿Vender el automóvil?.... ¿El automóvil rojo?.... Fernando dijo que sí; podrían talvez, en cambio, conseguir un coche barato.... No pudo escuchar razones. ¡Vender el automóvil! Le parecía monstruoso. ¡No! ¡No! Le quería como a su mismo marido. No pensó nunca que pudiera separarse de él. Dijo: —¿Recuerdas cuando pensamos viajar, irnos a Europa?.. Entonces te rogué que le lleváramos, cómo separarme ahora de él! ... Estaba lívida. Vibraba como si el dolor despertara en ella ocultas energías. Aferraba, crispadas, sus manos a las de su marido: ¡Su automóvil! Si era su vida misma la que quería vender. El podía decir de sus amores, de sus paseos, de sus triunfos, de los dulces momentos, de los más caros recuerdos!.... ¡Oh!.... ¡Y lo que dirían de ella!.... ¡Pobre, pobre y desventurada!.... Se retorcía con angustia: ¿No era posible vender unas cuantas alhajas?.. ¿No era posible despedir unos cuantos sirvientes?... ¡Cualquier otro sacrificio!.... ¡Pero ese!.... Era ya demasiado; en pocas horas había sufrido como nunca, en toda su vida!.... Abrazada a Fernando, mudo de estupor, sorprendido ante aquel inesperado arrebato, Elisa le llenaba de besos, implorábale entre besos y suspiros.... Fernando Faraday estaba enamorado, veía a su mujer en sus brazos fatigada, sensual, húmedos los ojos, secos y extendidos los labios, perdida y dolorosa la mirada, encantadora, con aquel encanto perverso y sutil de las mujeres que se ofrecen vestidas y palpitantes .... Recogió en sus manos temblorosas la cabeza destrenzada y expresiva, selló los labios a besos, y corazón sobre corazón, enamorados y ansiosos, fueron felices, conocieron la dicha inmensa de unir el amor y el dolor en un solo y mismo beso!... El apoyo de la justicia Renunció al pic nic. Tarde, casi de noche, se dirigió en el automóvil rojo a casa de don Fabián Albano, anciano magistrado del más alto tribunal. Era una mansión solemne en un barrio aristocrático. Fue recibida por Serafina, la hija del jurista, una jovencita delgada y descolorida, una figurita de cera cuya voz parecía extinguirse a cada palabra. Don Fabián no estaba; pero tampoco tardaría en llegar. Era muy puntual y acudía a su casa apenas concluidas las diarias labores del magisterio. Llegó, en efecto, poco después y se excuso meloso: —Mi querida señora, cuánto honor y cuánto placer.... La tomó las manos enguantadas sobándoselas con ternura y afirmó después que se parecía a una hija suya, muerta ya.... Se enterneció, más adviertiendo la preocupación de Elisa volvió “sobre el asunto principal” ... Estaba persuadido de que algo se podía hacer. ¡Ya lo creo!.... ¿Había o no había justicia en el mundo?.... Y sobre todo, justicia para quien tan bellamente venía a pedirla y con tanta gracia! ... Le aseguró que una fuerte simpatía hacia ella se apoderara de su espíritu al conocerla. ¡Oh! Estaba seguro de no se habían encontrado inútilmente en la vida.... Así, ambiguo y suave, mezclando las vanas palabras, los ofrecimientos vagos, las esperanzas lejanas, las tiernas frases de un afecto astuto y paternal, fue atrayéndola, convenciéndola, asegurándole el apoyo que ella—desesperada y sola—buscaba ansiosa. —Me tiene Ud. a mí; me tendrá siempre... ¿No puedo yo ser su amigo? ... Los consejos son siempre necesarios..Seamos amigos; hasta el fondo!.... Así tendrá Ud. siempre el apoyo de la justicia y el de la amistad.... El asunto ha de ser largo; pero hay que tener fe.... mucha fe.... —Yo tengo fe, concluyó. Al despedirse Elisa, absorvió el anciano voluptuosamente el perfume esparcido en la sala; después se restregó las manos, feliz y satisfecho, mientras sus ojillos pardos, encapotados, fulgían picarescos, tras los lentes de oro. Pasó al comedor y al mismo tiempo que bendijo la sopa humeante, respondió a su hija que, curiosa, le interrogaba por el nombre de “aquella señora”.... Claroscuro.... Fue el mismo proceso violento y deplorable, porque la vida es una e igual, solamente. Fue la misma lucha contra un Destino circunstancial y ciego que arrastraba tras sí la pesada cadena de los hechos continuos e inevitables. Ellos no pudieron, ni quisieron luchar. ¡Luchar! Era tan fatigoso y absurdo. Luchar, ir contra los hombres y contra las cosas, sufrir, llorar, sentir la impotencia, la vanidad de míseras victorias, la tristeza de grandes derrotas.... ¡Luchar! ... Estremecerse, herir, reír y a la vez llorar, sepultar el corazón bajo los pliegues de las más falsas sonrisas.... Luchar, maldecir con la misma mano tendida para la amistad y para el bien.. Derrochar la vida para recoger dolor.... Era superior a toda fuerza. Una tarea enorme, desproporcionada, gigantesca, como un sueño magnífico. Ellos no lucharon y continuaron embriagándose de amor y de miedo, entregados a una vida artificial y estéril, rechazando con la fuerza misteriosa de profundos instintos, la amenaza eterna.... Al principio vivieron de esperanzas que, mutuamente, se comunicaban, día a día, sin atreverse a ver la verdad desnuda que era la perdición y la miseria. Corrían así, solos y engañados, al definitivo desastre. Alguna tarde, tomaban té en el comedor de la casa, pequeño y claro, decorado sencillamente con frescos pastorales. Estaban, como siempre, tristes. Conversaban apenas y con lentos ademanes pasábanse uno al otro la mantequilla y las tostadas. Fue cuando hablaban de marcharse a veranear que sonó insistente el timbre de llamada. ¿A esa hora?.. ¿Quién será?... Conjeturaron. Sólo al día siguiente era fecha de recibo.... Sintieron después que Mariana hablaba fuerte y otra persona más recio todavía. Discutían quizá. Luego la sirvienta entró furiosa. —Era el proveedor. El muy sinvergüenza -los señores perdonarían pero la sofocaba la cólera—el muy sinvergüenza no quería entender sus razones y cuando le dijera que los señores estaban en la calle no quiso creerla insistiendo en que había de hablar con cualquiera de los dos.... Elisa enrojeció. Fernando dudaba; dudaba entre salir y arrojar al insolente o quedarse. Y prefirió quedarse. Elisa hubo de verlo. ¡Era preciso pagar!.... ¿A cuánto ascendía la cuenta? Una suma fabulosa. Habían abusado del crédito y las cuentas acumuladas sumaban enorme cantidad. Desesperada, hubiera dado la vida por tener dinero para satisfacer la demanda de aquel hombre que se complacía en humillar a una señora elegante. Fueron minutos amargos. Sintió la vergüenza horrible de ser pobre, la dolorosa prueba de no tener dinero, la afrenta de soportar el desenfado de un cualquiera que, en su propia casa, se negaba a aceptar excusas y plazos y hablaba de trampas, de abusos.... Nada se le ocurría que pudiera salvarla del trance odioso. Más tarde pensó en don Fabián. ¿No la socorrería Albano?.. ¿No la ofreciera su amistad desinteresada en todo momento?.... Verdad que era demasiado untuoso y la fastidiaba ese exceso de familiaridad para con ella.... ¿pero a quien otro acudir?.... Las voces interiores.... Volvió a su casa desesperada, enloquecida. Desde el fondo de las entrañas sentía una repulsión, una nausea violenta, una protesta de su ser entero hacia todo y hacia todos, la vida y los hombres.... Se encerró en sus habitaciones; la dominaba una conmoción profunda; sentía una cólera sorda y tenía los ojos ardientes, secos, brillantes de pudor, de ira y de vergüenza.... Un extraño fuego quemaba su carne y como era mujer y se veía débil, desarmada contra todas las asechanzas, lloró afligida su desgracia, con honda compasión de sí misma. ¿Cómo podía haberse atrevido?.... ¿Tan sola estaba?.... Se acercó á un pequeño escritorio y de él extrajo una libreta. Allí, en una página anotaba cuidadosa todos los préstamos que, desde meses atrás, hiciérala don Fabián. Al observar el monto la sacudió un tremendo estupor.... Era una suma cuantiosa. ¡En su exaltación alcanzaba proporciones infinitas y terribles! Y ella, acaba de abofetear a aquel viejo innoble ¡prometiendo enviarle su dinero esa noche misma!.... La invadió entonces una muda melancolía, no pudo ya llorar ni coordinar una sola idea, ni comprender nada y vencida por tantas emociones se quedó dormida. Al despertar se renovó la crisis. —Moriré, moriré....era lo único que pensaba, y como era una solución, aliviábala contemplando la muerte como algo familiar y fácil. Más tarde pensó en su marido. ¿Le hablaría?....¿Le contaría la escena vergonzosa?.... ¿Y las consecuencias?....¿No era mil veces peor que todo el escándalo?... Luego, él violentado podría atentar contra Albano antes de haberle pagado aquel dinero.... ¿Por qué no pensó desde antes en que este momento tendría que llegar?.... No, no podía haberlo sospechado. La proposición infamante la conmovió. La sorpresa había sido violenta. Sintió entonces repugnancia, asco de su marido que jamás preguntara de dónde salía aquel dinero gastado diariamente.... La había abandonado él también. Pero nada podía reprocharle puesto que ella fue quién le arrastró a esa existencia imposible ... ¿Qué sucedería en adelante?... ¿A quién recurrir?.. ¿Y cómo echar por tierra el edificio levantado?.... ¡Cómo abandonar su vida de elegancia y de mundo, conquistada al precio de tantas humillaciones y dolores!.... Creyendo calmarse salió a la calle. Caminaba nerviosa, con paso desigual, sin rumbo cierto. ¡Y ese hombre hablara de amor!.... Estaba alucinada: veía alrededor suyo todas las bocas de todas las gentes, extendidas; bocas abiertas, bestiales, húmedas y caídas, pidiéndole besos, rozando su piel, sus manos... Aligeraba el paso horrorizada. Llegó a una plazuela desierta, cuyo suelo negro estaba encharcado a trechos. En el agua sucia, de un raro tono cobrizo, su figura al pasar onduló agrandándose, deformándose.... Después, cansada, regresó lentamente por el camino recorrido ... Claroscuro.... Fue el naufragio de su espíritu. Después de aquella crisis se vio como una mujer distinta. Había sostenido en su interior una lucha continua; recordado toda su antigua vida que, para ella, concluía en aquel desdichado instante. Rompía con el pasado y se apercibía resuelta contra el porvenir. Contra su marido. Levantábase en su espíritu una repentina irritación. Si al principio reconociérase culpable en parte del desastre, ahora le acusaba por su falta de sinceridad y de energía. Por no haberla descubierto el camino peligroso de la infamia y de la vergüenza. Agobiada bajo el peso de tan hondas reflexiones adelantó al espejo y se miró en él. Una certidumbre la consolaba en medio del trance doloroso: la certidumbre de no ser la primera.... ¿Ella misma no estrechaba en la sociedad tantas manos que igualmente se tendían para recibir la ofrenda o el saludo? Trataría de olvidarlo todo y hasta olvidarse de ella misma. Cerró los ojos como espantada ante un peligro visible y sentada frente al secretaire escribió con letras pequeñas, finas, angulosas una larga carta dirigida a don Fabián Albano. Luego, envió la carta a su destino y tornó a cavilar, fatigada, exangüe, pero complacida en preocuparse de esa otra vida que iba a comenzar al día siguiente.... ¡Oh!, sería la mujer armada de todas las armas, resuelta a los extremos, infinitamente ansiosa de un placer infinito: apagar su sed no saciada de venganza, lanzando sus cóleras miserables y estériles, sus odios profundos, sobre la cabeza de los hombres, idiotas y míseros, trágicos peleles lujuriosos a merced de un destino absurdo. Temblaba violenta, de horror y de ira. Sus nervios distendidos, tirantes, se agitaban como cuerdas vibrando a impulsos de una mano inexperta y loca. Y se quedó sumida en un silencio taciturno y huraño. Más tarde Mariana llegóse a la habitación: la comida estaba en la mesa.... Se levantó ayudada por la sirvienta, débil, extenuadísima. Fernando no había llegado todavía. En la mesa un trago de vino fuerte la reanimó. Las viandas, enseguida, excitaron su apetito. Comió copiosamente. Bebía con frecuencia mezclando los distintos vinos, formando combinaciones de colores en las copas altas, incoloras y delicadas. Al final, sentíase invadida por un dulce mareo. Volvió a mirarse en el espejo y se vio bella. Con sus ojos hundidos, verdes, extrañamente sombreados por el carbón del tocador; con las ojeras violáceas, largas, lánguidamente curvadas sobre las mejillas que avivaba un vivo resplandor de carmín, con los rizos arrebatados sobre la frente, se vio bella como nunca, exaltada su belleza por la fiebre que hacía arder su sangre y por aquel raro y dulce mareo, que la hacía reír, que la hacía llorar.... ¡Amor!.... ¡Amor! ... ..................... Esto es amor y lo demás es risa . . QUEVEDO. Con gran trabajo el señor Albano sentóse en la cama y apoyó las espaldas venerables y encorvadas en la almohada. Carraspeó fuertemente y su boca dilatóse en un bostezo enorme. A su lado, Elisa, blanca, abandonada, dormía un sueño agitado y doloroso y sus manos crispábanse estrujando las sábanas en tanto que su cuerpo estremecíase desnudo acariciado por la luz que amortiguaban los estores de las vidrieras. Don Fabián, amoratado y feliz, se deslizó del lecho y calmadamente comenzó a vestirse. Elisa despertó, huraña, cuando él, cepillo en mano, se frotaba los raros dientes careados y movedizos de sus desarmadas mandíbulas. La contempló con una lenta mirada de amor y de esperanza. Ella, tras de mirarle también, sonrió burlona y cruel: —No te has quitado el gorro—dijo. —Es verdad, ¡siempre me olvido! Era una eterna querella entre los dos. Ella, por coquetería se complacía en descubrir las chocheces de aquel amante anciano y libidinoso. —¡Todavía no me quieres!— exclamó luego el señor Albano, exhalando en la queja el desaliento que le amargaba. Permanecía para él cerrada y hostil el alma de esa mujer delicada y magnífica. Y ansiaba profanar el más íntimo secreto, el más oculto móvil de aquella existencia que conquistara para esperar la muerte un poco más sereno, apurar las últimas urgencias, y cobrar en la vejez cuantos placeres le fueron vedados en su juventud estudiosa y pueril... Sentíase feliz viéndose enredado en esta aventura amorosa de la que comenzaba ya a murmurarse en los salones y que, en verdad, le prestigiaba con una fama, a su juicio, envidiable y útil. Acaparaba todas las satisfacciones: las del amor y las del orgullo ¡qué más podía desear?.... En verdad, no otra cosa que la disminución de sus gastos, porque todo aquello costábale un dineral. Pero calculaba ser lo bastante rico para no arruinarse y además procuraba para su hija una ventajosa alianza con cualquier petrimetre adinerado que la pusiera a cubierto de fracasos imprevistos.... Estaba seguro que la buena Serafina no llegaría jamás al camino por donde iba la arrebatadora Elisa, y ante la certeza, su buen corazón de padre amante y generoso, palpitaba tranquilo, mientras una ancha sonrisa extendía sus labios carnosos y sensuales. Salió de la alcoba y antes besó devotamente el pie breve de su querida que asomaba, blanco y suave, bajo la sábana. Ya en la calle, el aire frígido de la mañana serenó sus pensamientos desordenados y rápidamente se encaminó a su casa. Allí todos dormían aún. Paso a paso, vigilante, cuidadoso, con miedo, como un ladrón, atravesó los pasillos, los corredores y llegó al cuarto de su hija, contiguo al suyo. Serafina despertada por el ruido, se incorporó en el lecho, inquiriendo en la oscuridad: —¿Quién? .. ¿Quién? ... Lívido, espantado, el señor Albano escondió la chistera bajo el abrigo y trabajosamente murmuró: —Soy yo, soy yo, Serafinita, ha sido un percance.. Y continuó, y ya en su alcoba dejóse caer sobre el lecho intacto, todavía alarmado por el peligro, pero alegre por haberle salvado, inquieto y alegre como un niño ... Otro Camino Desde luego, no. No era posible que él creyera semejante sandez. ¡Bah! Acaso no lo hubiera notado? .... ¡Pero qué! .... ¿Podía ser cierto aquello?.... Era, seguramente, una broma. ¡Este Rodrigo Gonzálvez que siempre fuera serio!.... Vaya una ocurrencia; engañarle ¡a él! su mujer....¡Cómo se reirían ambos de Rodrigo!... No, mejor nada diría a Elisa. Fuera a violentarse y tomar en serio la broma de Rodrigo.... Porque era de fijo una broma.... Estaba sudoroso. Había caminado mucho. Entonces, detenido en una esquina, frente al escaparate de un almacén de novedades, se interrogó angustiosamente: -¿Pero es que dudo que sea una broma?.. Ciertamente dudaba. Dudaba tratando de engañarse, de convencerse, sin conseguirlo. Pensó que Elisa era incapaz de descender; si no por amor siquiera por orgullo. Y además; ¡cuantas cosas se decían en los salones!... ¿No estaban allí todas las bocas amables y sonrientes, listas a desprestigiar a labrar el escándalo, a tejer la farsa entregándose a una labor inicua y destructora?... ¿Cómo podía creerse lo que aquellos labios dijeran?.... ¡Cuántas mujeres honestas no fueron destrozadas por las charlas maliciosas de un corrillo! .... No era posible, por una simple palabra dudar de su mujer. Insistía: ello hubiera notado. Después pensó que era fácil decirle a cualquiera: tu mujer te engaña .... ¿Pero con quién? Amigos de la intimidad eran muchos pero de ninguno podía sospechar. Tras de un infructuoso trabajo imaginativo tornó, caviloso: ¿Pero, por qué quiero buscar lo que no existe?.... Y más angustiado y más dolorido continuó su camino. Sufría. Rodrigo acababa de proporcionarle con su revelación un lento martirio. Hasta se sintió enfermo. Era temprano aún, pero quiso, alarmado, volver a su casa; en la calle entre las gentes que cruzaban a su lado, alegres, indiferentes o tristes, pero agenas a su dolor, se sintió aislado y volvió apresurado a su casa pensando en su mujer, entregándose por entero a ese pensamiento. Al llegar le invadió una sensación de extrañeza. Estaba desorientado. Jurara, acaso, penetrar en un lugar desconocido, nuevo a sus ojos. No podía dominarse; se vio ridículo. Caminaba de puntillas, alterado por entero su equilibrio, y se detuvo ante una puerta porque de esa habitación salían rumorosas unas palabras que no alcanzaba a oír. Entreabrió suponiendo allí a su mujer. Dentro, en un divan, el señor Albano tenía sobre sus rodillas a la señora Fadaray que lánguidamente le acariciaba la calva lustrosa. Fue sólo un minuto de un dolor agudo, de una infinita desolación luego, de un desaliento supremo después.... Retrocedió porque se conocía incapaz de matar, incapaz de destrozar con sus manos vengadoras esa carne blanca que encerraba el misterio de profundas voluptuosidades, esa carne blanca y suave que él había amado hasta la desesperación y el delirio. Encerrado y sólo, más tarde, exaltaba en su imaginación afiebrada, todas las creaciones grotescas y risibles de ese amor culpable. Le obsecionaba el detalle: aquel hombre como amortajado en su largo levitón oscuro, la calva roja, la mirada socarrona, humilde y baja, sus manos anchas, temblorosas.... ¡Y ella!.... ¡ella!.... tan blanca entre aquellos brazos flácidos, saboreando la acritud salvaje de los besos prohibidos.... Y después la sorpresa ante su aparición sencilla, el ademán torpe, la confusión ridícula, la inseguridad, el miedo horrible.... ¡No poder levantar la cara contra todos y desafiar! .... ¡increpar!.... Sino tener que inclinarse y llorar avergonzada una falta repugnante.... ¡Oh! .. ¡eso era ya superior a toda resistencia! .... ¿Qué sería de ellos, en adelante? ....Allí estaba el hogar destruido, la felicidad destrozada, la vida perdida .. Y él ante el dilema; ante la resolución: matar. Ese tendría que ser su fin .. ¿Pero, podía él matar?.... ¿Podía él hacer eso?.... ¿Retener en la mano el instrumento que poseía la solución humana y lógica?.... ¿Cómo haría? ... ¡Y qué le importaban las soluciones humanas, cuando era su vida la rota?.. .. Su cabeza no estaba firme. En su espíritu se desencadenaba una loca tormenta. ¿Hacia dónde llegar con el corazón deshecho?...¿Cómo quedarse allí en el sitio infamado?.... Y lloró, lloró mucho, con ese llanto de los hombres tan fecundo, tan sincero, tan del alma, que no alivia, que hace el dolor más áspero, que ensombrese la vida, que acerca a la muerte... Lo que pueden los hombres ... Vagos, imprecisos pensamientos le turbaron en la mesa cuando, frente a Elisa, avergonzábase de quererla todavía y ser cobarde, adivinando en ella la mujer apercibida para la defensa. No sabía que decir. Observábala y le oprimía una lasitud infinita pensando en la batalla próxima, en los rostros congestionados por la cólera, en las manos crispadas para caer canallamente sobre la debilidad de la mujer cuya toda fuerza estaba en las vanas palabras de disculpa o misericordia; pensaba en las artimañas, en las odiosas mentiras que ella, como él, habría combinado, sutilizado... Inclinada, la cabeza sobre los platos humeantes comía en la actitud servil de un acusado o de un vencido. Y su mujer recta, callada, imaginábasele la Enemiga resuelta, la que habría de amargarle hasta aquel momento en que naufragaban sus últimos arrestos en la pereza de ser, esa envoltura tenue que le anulaba la voluntad, que le volvía un miserable incapaz de erguirse en nombre de ciertos derechos que le concediera una ley cuyo sentido ignoraba.... Es bastante estúpido, pensó, unir dos seres y conseguir la unión de dos egoísmos, de dos voluntades, con la letra escrita. ¿No sabían que unir dos voluntades por una vida, era empresa superior a la vida misma?.... ¿El amor?.... ¡La versátil ceguera, la venda que pone el instinto sensual!...¡Ah!.... Ellos; ellos solamente causaban la desdicha humana .... A su juicio, la ley creaba el delito. Concluyó de comer. Rumiaba algunas palabras y no sabía como decirlas. Súbitamente le acometió una íntima violencia: ¿no era esa su casa?.... ¿no era él allí el dueño y señor?.... Y acabó, voluntaria resignación, por aceptar el más inmenso dolor: el dolor de callar. Angustiábale en su mansedumbre el recuerdo de antiguas exasperaciones amorosas, cuando sus almas vibraban en sonoros besos! .... Parecíale aquella de entonces—¡entonces!— una mujer lejana que, sonriente todavía en el fondo oscuro del pasado, significaba la Unica Amada.... ¡Nadie podía verla como él la veía!... De ese mismo fondo oscuro ella fugaba, después como una sombra, deformada, extravagante. Y pasando sobre el tiempo venía a aquietarse frente a él, en silencio, pero extraña ¡Nadie, sin embargo, podía verla como él la veía! .. Sus párpados estaban inmovilizados, hialinos y tersos. Levemente sombreados, acaso por el contraste de la luz invisible o por la sombra suave de las pestañas largas .. Esa.... Esa .... murmuraban su alma agitada, su gran corazón apasionado que batía el cerco de la carne.... ¡pobre carne nunca saciada! .... Profundo enamorado, loco evidente, extendía ante sus ojos un infantil panorama de oro y violeta en cuyo fondo la mirada de esa mujer atraía, enigmática y terrible....¡Sus ojos! ... Eran claros, verdes, fulgurantes, encerraban el Misterio....Su mirada tenía de lo suave y lo profundo. En sus pupilas se encendía la locura. Sobre su Destino inseguro, esas hondas pupilas habían tejido un denso sueño de tragedia. El iba hacia ella.... El iba hacia ella. Ella era el infinito: vida, razón, fugaz armonía, irrealidad soñada, ¡ella! llama que prolongaba sobre su carne dolorida una lenta caricia de fuego.... ¡aquellos ojos verdes!.... ¡aquellos ojos afiebrados! .... ¡aquel encanto fino!.... Esa blanca delicadeza de su cuerpo exquisito, armonioso y ágil... ¡Cómo vibraba bajo los besos! .... Era tibia y era elástica. Ondulaba serenamente voluptuosa con una infinita gracia lánguida .... Envolvíale en el perfume de su carne blanca y azul, complicado matiz, y le enloquecía, despertándole en un mundo ignorado al que no llegaría jamás, porque esa mujer, recta y grave que tenía delante, parecía otra, otra era seguramente, una extraña.... ¡Y él estaba solo!.... ¡Solo!... ¡Nadie podía verla como él la veía!... Ahora estaban en sus labios todas las interrogaciones que podía decirla ¡pero no lo sabía todo!... Renunció, entonces, definitivamente, a toda imprecación, porque ignoraba el significado de un sencillo vocablo que es el mundo: energía, Elisa se levantó y apoyando una mano sobre la mesa, empinada, indiferente, dijo: —Voy al teatro, ¿sabes?....Han de venir a buscarme Albano y su hija .. Y como él no respondiese. —¿Me oyes?—gritó. —Sí, ve, ve donde quieras.... Después, melancólicamente, comenzó a hacer bolitas con el migajón esparcido por sobre el mantel blanco.... Un poco más tarde llegó Albano. Venía solo. Disculpó su tardanza. Serafinita estaba malucha. No quiso salir por temor de la noche fresca.... El mismo no saliera a no mediar tan serio compromiso con la señora Faraday ....Y el señor Faraday, ¿como estaba?.... Fernando le escuchó mudo. A su pregunta hizo un movimiento indeciso. Albano, entonces, alarmado, alzó la vista como interrogándole: El no pudo contenerse: violento, cerrados los puños, se lanzó sobre el viejo que temblaba paralíticamente, y alzando las manos le tundió, le magulló, le echó por tierra y allí todavía con los pies, como quien aparta un estorbo, le empujaba hacia la puerta.... Una sola frase sorda salía de sus labios: —¡Es Ud. el amante!.... ¡Es Ud. el amante! ... El grave magistrado sintió halagada su vanidad, pero también un fuerte dolor en el costado derecho.... Luego, dolorido, sentado en el suelo, extendió las manos en busca de las gafas perdidas al rodar. Fernando Faraday se dejó caer sobre un sillón y hundiendo la cabeza en las manos sollozó largamente. Don Fabián, con los anteojos ya calados, todavía temeroso, murmuró levantando la cabeza: —Señor.... Señor.... ¡vaya un genio! .... A beneficio de.... La fiesta llegaba a su apogeo. En el parque iluminado, sobre la tierra seca, las parejas, al son de una lejana orquesta que enviaba la armonía por entre las frondas, danzaban alocadas. Fuera una idea brillante y feliz de la señora Faraday, aquella fiesta espléndida donde el amor libertado de la luz demasiado clara y de la estrechez de los salones se lanzaba por las avenidas desiertas, entre el perfume suave de las rosas y el olor sensual de las magnolias, para obtener un rápido beso, esos besos furtivos que proteje la noche..... Al través del parque alzábanse pequeños quioscos, donde manos amables, juntábanse y se tendían llenas de champaña para la conquista del dinero en beneficio de los pobres.. A veces se subastaban besos que alcanzaban precios fabulosos....Era un dulce sacrificio de aquellas almas buenas, de aquellos cuerpos gentiles, de aquellos labios encendidos, capaces de soportar toda manifestación que se trocara en monedas, para beneficio de una institución de caridad .. Era tradicional costumbre también, en la sociedad culta. Los ricos divertíanse ardorosamente y disipaban el vago remordimiento regalando a los pobres algún dinero. Era una ola de misticismo bailable, de caridad al compás de valses y cotillones, que, por entonces bañaba en sus pliegues a tales gentes buenas y adineradas.... Cristiano pretexto aquel baile en el inmenso parque embalsamado donde el amor triunfaba y que inventara el mismo amor ... Elisa pasó entre los invitados bajo una magnífica impresión de esplendor. Su belleza se hacía más delicada y se afinaba más. Llevaba aquella noche un tocado verde de lejano recuerdo. Era en su alrededor un coro de alabanzas. Las albas pecheras se combaban, las cabezas adornadas inclinábanse en saludo y en ofrenda. Ella pasó tranquila acompañada de Serafina oprimida. Llegaron hasta un quiosco decorado con rosas y guirnaldas donde la señora Menendez y Gonzálvez discutían una cuestión de hipoteca. Allí Elisa y Serafina se separaron y Serafina huyó con el llanto en los ojos, agitado el ánimo, al más solitario rincón a esconder su pena silenciosa y reflexiva. Era el suyo un intolerable suplicio que duraba ya meses. Su padre cometiera todas las locuras: vivía en el cotidiano ridículo y la quería siempre menos. A fiestas, a paseos, a teatros, ella era obligada a asistir al lado de esa mujer abominable y prostituida que detestaba desde el fondo de su corazón recto y tímido. Y esa misma mujer deseosa de salir de ella, por evitar el perenne contraste odioso de su obligada hermandad, quería casarla con un hombre como Unzueta, un depravado demasiado sujeto a Elisa para no serle sospechoso. Considerábase inmensamente desdichada. No sabía a quien volver la mirada y el alma en busca de refugio y protección. Comprendía la imposibilidad de resistir a la tiránica opresión de Elisa y que pronto habría de sacrificarse en los brazos de un hombre al que rechazaba por instinto. No ponía esperanza ninguna en su padre. Don Fabián antes recatado, publicaba ya ese maridaje grotesco como su más envidiable victoria. Era arrastrado por esa mujer, diabólica mezcla de encanto y maldad. Alguien pasó a su lado y al verla sola y meditabunda, se detuvo. Después, del brazo de Rodrigo Gonzálvez, “que la encontrara dormida en el bosque” .... su belleza pálida, girando al son de la música lejana, fue contemplada con sonrisas compasivas por las damas.... Concluida la fiesta, casi al alba, regresaban a la ciudad en el automóvil rojo. Don Fabián, apoyada la cabeza en los hombros de Elisa dormitaba y Unzueta lívido, verde, hablaba a Serafina “de su amor”, “de su inmenso amor”. El automóvil rojo seguía veloz. Al olor penetrante de los perfumes uníase el violento de la gasolina, mientras nubecillas de humo blanco envolvían a las parejas.... El señor Mansueto Después que hubo huído de su casa sintiendo su debilidad y su impotencia, llevó una vida oscura y desigual. Se diera un poco a la pena y otro poco a la literatura. Fue periodista. Y pronto, periodista celebrado, pero desconocido. Ponía especial empeño en ocultarse y firmaba siempre con distintos nombres, extrafalarios seudónimos que rubricaban extravagantes ideas, desórdenes de un cerebro oscurecido por el desengaño y que ninguna esperanza fortalecía. Allí también hubo de luchar; pero rehusó el combate, porque la vida ya no podía ofrecerle ningún límite donde llegar y detenerse, ninguna ilusión más para seguir avanzando... Fácilmente le vencieron y le calumniaron y un solo corazón amigo le compadeció: el señor Mansueto. El señor Mansueto era una figura indiferente en tal medio envenenado. Personaje poseído de un razonado desprecio por los compañeros, nada llegaba hasta él y como nada quería ni pedía, se le toleraba y hasta, algunas veces, se le admiraba. Fue una amistad piadosa, fraterna, entre el viejo escéptico-pálida reproducción de fauno obeso y pensador- y Fernando Faraday que a los treinta años caminaba encorvado, tenía el cabello manchado de canas y el rostro terroso y desfallecido. Aquella noche, como casi todas, los dos paseaban conversando sobre el tema eterno: la política farandulera. Un poco más lejos camino adelante, brillaban los anuncios luminosos de un teatro. El señor Mansueto opinó que podían entrar. —A veces—dijo-no es raro encontrar en los teatros cosas interesantes.... En la escena, después de un parlamento dramático, el primer actor—un mozo moreno de facha gitana—asesinara a la primera actriz. El publico conmovido levantábase de los asientos y, las manos en alto, aclamaba al artista. Le aclamaba entusiasta. Muchos espectadores tranquilos o indiferentes que adoptaban una postura discreta ante la ovación, eran arrastrados por el desbordado aplauso y a su vez juntaban las manos y batían palmas. El señor Mansueto y Fernando Faraday sentados en butacas de primera fila permanecían quietos. Fernando serio y el señor Mansueto con una ligera y despreciativa sonrisa, contemplaban todo aquel espectáculo del público sudoroso y frenético, del artista ronco, mojado y agradecido. Cuando hubo caído el telón por última vez y concluido el acto, el señor Mansueto habló: —Cualquiera diría que cuantos aplauden se sienten exaltados y aclaman esa resolución salvaje de matar. Hay aquí, seguramente, un apreciable conjunto de maridos cornudos y castísimas damas de aquellas que Brantome llamaba bellas y honestas. Ellas y ellos sonríen felices y conmovidos. Se identifican con los personajes —porque este es la primera fascinación del espectador-“sentirse” en la escena .. Son pequeñas satisfacciones del espíritu. Mayor admiración ponemos en lo que estamos ciertos de no poder realizar. Y como esto sucede en la escena y no en la vida, escenario más vasto, la admiración está limpia de toda envidia .... Matar, es una idiotez. Parece mentira que progresando el mundo, evidentemente, en las manifestaciones mecánicas, los sentimientos no hayan cambiado en la raza .. ¿Qué sería de la humanidad si cada marido matara?.... ¡Oh, vasto cementerio!.... Es el mismo error de los borrachos; el mismo deseo falso: ahogar en sangre las deshonras, es como ahogar las penas en vino.... Pero los autores conocen bien los públicos. Les presentan irrealidades. Les dicen: “he aquí lo que vosotros podríais hacer”... Nunca: “he aquí lo que hacéis”....La diferencia en los dos términos se sabe bien en todas las alcobas donde hay en cada lecho un tercer sitio hundido y tibio que espera.... De fijo, entre unos momentos, cuando de nuevo se levante esa cortina-donde Pegaso vuela hacia el Olimpo llevando en los desnudos lomos la carga magnífica de esa Venus rolliza-el señor que acaba de matar a su mujer para vengar sus deslices y lavar la mancha, según el lenguaje convenido, se sentirá preso de una tortura mayor: el remordimiento. En esto también los autores conocen la sociedad. Nada le halaga tanto como el rendimiento a los principios establecidos sin cuidarse jamás de que ellos sean expresión de verdad y justicia. El respeto a la riqueza, el saludable temor al poderío organizado y constituído, el respeto a las fórmulas, el terror de los prejuicios.... he aquí los principios sabios, los puntos cardinales, las bases.... Predicar el sentimiento a ellas es asegurar su vida, es complacer a la sociedad ... Y, aunque esto sea con lo primero aparentemente contradictorio, nada importa porque así conviene a los fines principales de la conservación.... Pero divago, perdonad, querido Fernando.... —¿Es que usted reprueba esa venganza?... —Es un asesinato vulgar. Un homicidio calificado.... ¿Y el pretexto?....¿Qué os parece el pretexto? ...La mato, porque me ha engañado! ... ¡Bah!.... No sé yo que engañar sea un grave delito; es la cotidiana ocupación de todos.... ¿No nos engañamos a cada paso nosotros mismos?... —Eso es demasiado relativo. No es lo mismo engañar, diremos comercialmente o en otro orden de asuntos, que engañar al marido, al dueño por el amor y por la ley.... —El amor se acaba ... ¡La ley!.... Debo declarar que siempre me han sido sospechosos los hombres que hacen la ley. Porque las mejores leyes, hijas son de la experiencia, y las leyes del matrimonio no las ha dictado ningún cornudo, que yo sepa.. Pero, todavía, examinemos ¿porqué le ha engañado?.... El autor nos presenta una mujer pobre pero delicada, fina, hecha a vivir entre sedas, deseosa de lujo, frágil por temperamento, pero el Destino le depara como marido un comerciante en abarrotes... ¿No creeis que ella pueda llamarse engañada y asesinar al Destino? ... Naturalmente que, en cuanto ese mismo Destino ilógico le pone delante un hombre con dineros, uno de esos hombres que ofrecen dichas sin cuento-tales como enaguas de seda, carruaje, alhajas etc.-a las cuales las mujeres son extremadamente sensibles, esa burguesita va al adulterio con la mayor de las franquezas: prescinde del enamorado marido cuya ardiente flaqueza la aburre.... —¡Pero eso es envilecerse!.... ¡Entregarse por dinero!.. .. Romper así, destruir, la vida de un ser ... ¡Cuál crimen!... —Estáis apasionado, Fernando. No es un crimen. Esa mujer tiene un espíritu fino y un lindo cuerpo que pide comodidades... Hace entonces bien en seguir al hombre caduco que tiene dineros.... El otro-es verdad-le promete y le cumple satisfacciones amorosas, pero también el estómago disgustado por la frecuencia de viandas ordinarias, trabajos que aceptar y algunos hijos.... Mucho mejor es regalarse cada día con exquisiteces gastronómicas, disponer de medios capaces de producir distracciones y placeres propios de un espíritu cultivado y una limpieza capaz de conservar sano y fuerte un cuerpo hermoso que, seguramente, oculta secretos y deliciosos encantos.. El amor solo produce satisfacciones carnales, por otra parte. En los más patéticos momentos de nuestro romanticismo imaginamos la Amada delineando la pantorrilla insinuante; satisfacciones carnales para obtener las cuales no es preciso estar enamorado.... Ciertas expresiones conocidas y frecuentes voces roncas, llenas de una desagradable grosería, tales como: ¡cochinitamía! iperrita! y otras, nos dan la medida de las insulceses y de las vulgaridades comunes a las expresiones de ese amor al cual vos, querido Fernando, queréis sacrificar esa pobre mujer hermosa, muerta, por fortuna sólo con una pistola de guardarropía, ruidosa y prudente.... Los artistas, por lo demás, son seres dispuestos a apreciar muy de cerca estas cosas. Seguro estoy de que ese galán moruno que, convencionalmente, acaba de cometer un crimen siendo aclamado por su arte irreprochable, interiormente ríe sin comprender.... ¡Y todavía! Reflexionad: el amor es una docilidad de todos nosotros a un instinto indeterminado, perfectamente animal, lo cual es una humillación para todo espíritu libre.... Es un triste tributo a la carne, despreciable materia siempre propensa a la podredumbre cuyo imperio es higiénico restringir.... Levantado el telón comenzaba el acto: la escena representaba la sala de un tribunal en el cual juzgábase al galán de facha gitana. En las galerías el público, lanzó un ¡ah! de fruición. El Fiscal, acusador publicó, de pie, solemne, comenzó la acusación.... Hablaba en nombre de la sociedad.... El encuentro Y volvió otra vez el telón a descender. El recinto tenuemente oscurecido volvió á iluminarse, se encendieron las baterías de luces y un rumor -después de apagados los aplausos-llenó la vasta sala abrillantada, esplendorosa asamblea de la belleza, la vanidad y el amor. El señor Mansueto con los gemelos en los ojos observaba detenidamente los escotes de las damas. —Es un verdadero arte—decía—el arte del escote. Es necesario detener la desnudez y velarla en un punto sutil. He allí lo difícil. Nadie ha podido todavía fijar ese punto, distinto en cada mujer y que muchas mujeres no tienen.... En los palcos se producía un continuo movimiento. Repuestas de la emoción, las señoras esperaban la petipieza que había de devolverles de nuevo su gracia, su risa y su fragancia. Hacíanse comentarios; los hombres inclinaban las frentes tras de las espaldas magníficas, desnudas, rozando discretos las nucas sombreadas de rizos con las puntas engomadas de sus bigotes. En los antepalcos, algunas parejas aislábanse silenciosas y el flirt, apasionado y ligero, reinaba en todos esos corazones frágiles y sensibles.... El señor Mansueto y Fernando Faraday continuaron su charla. El señor Mansueto era un conversador impenitente. Y sobre todo, un observador. Observar era su manía. Opinaba seriamente ser mejor contemplar la vida que vivirla y que era observando a sus semejantes como el hombre llegaba a despojarse de las más caras vanidades, acercándose así siempre a la serena razón, a la ansiada posesión del yo; a la suprema dicha, a la ataraxia suprema ... —Pues, querido Faraday.... Pero Fernando no le escuchaba.... Pálido, desencajado, obceso, dirijía la vista hacia uno de los palcos en el cual la señora Faraday, Elisa, rodeada de blancas pecheras en las que irradiaban brillantes atraía sobre su belleza -sabiamente retocada-los gemelos de otros palcos.... El señor Mansueto miró a su vez, y, ¡hermosa mujer!..—dijo. —He allí-continuó-una persona que no parece del lugar; se adivina en el gesto y su fingida despreocupación que desprecia a cuantos la rodean.... Tiene-añadió-unos ojos raros y un seno magnífico, armónico, apreciable ánfora para beber en ella miel y besos, como en los antiguos tiempos.... Fernando Faraday habíase levantado; de pie, retador, miraba fijamente el palco donde su mujer triunfaba atrayendo las miradas de la envidia y la codicia.... Hubiera dado él la vida por una mirada!.... Era una curiosidad morbosa, de enfermo, la de saber la impresión de esa mujer en cuyos labios jugueteaba una sonrisa ligera, gesto displicente de elegante aburrimiento.... Miraba con toda su alma; estaba poseído de nuevo por la fascinación de Elisa, agitaba las manos, como estendiéndolas hacia ella.... Llamó la atención; a su lado, oyó algunas voces; varios gemelos convergieron sobre él, menos los de ella, y entonces, avergonzado, huyó tropezando, pisoteando a las gentes, levantando tras de sí un rumor hostil, sintiendo la increpación de voces airadas que parecían lanzarle al rostro la acusación despiadada de su miseria y su vergüenza.... La busca del amor Huyó, huyó sin rumbo y sin pensamientos. Huyó movido por una necesidad interior de caminar, de caminar hacia adelante siempre.... Iba sin sombrero, el aire azotábale el rostro descompuesto y era la suya una carrera furiosa y taciturna por las calles desiertas y oscuras de la ciudad dormida. No recordaba en cuál sitio, la figura reflexiva y tranquila del señor Mansueto se alzó ante él deteniéndole y cogiéndole de un brazo. No tuvo fuerzas ya para callar más, y entonces, contó su historia deplorable, su desgracia infinitamente ridícula, su desesperación máxima.... El señor Mansueto se conmovió. No llorara desde muchos años atrás y después de mirar inquieto a uno y otro lado, furtivo, recogió dos lágrimas con el revés de la mano. Y lloró más todavía y ambos hombres mezclaron fraternalmente sus lágrimas. Luego siguieron unidos en la amistad el camino que conducía a una taberna cercana. En la puerta del tugurio, el señor Mansueto, que viniera construyendo una frase, dijo: —Sin embargo, habéis cometido un grave error, un error triste: habéis puesto vuestros lindos pensamientos líricos en los flancos fáciles de una mujer!...¡Grave y triste error!.. Y entraron en la taberna. Al rededor de las mesas, en la penumbra del tenducho, adivinábanse parejas unidas, un abigarrado conjunto pintoresco y canalla que jugaba, gritaba y bebía sin tasa: voces de insulto, ruido de golpes, gritos, un confuso rumor lascivo, risotadas triunfadoras, provocativas frases de corretonas pintadas y estrafalarias. En un rincón, en una mesa, cuatro noctámbulos cantaban una canción vieja alternada con un cuplé rojo, y el dueño—un anciano siniestro de curva nariz—dominaba desde el fondo del mesón, sobre un banco alto, la parroquia, fumando pensativamente una pipa renegrida, envuelto casi en el humo oscuro y en la penumbra densa, donde sólo sus ojos brillaban... Ellos llegaron hasta esa mesa y pronto fueron amigos de los bebedores. Bebieron a su vez sin tasa. Hablaban de temas diversos y la voz del señor Mansueto alzábase a instantes paradójica y sentenciosa.... Fernando bebía sin cesar. Un calofrío perenne le ascendía y descendía por la médula. Parecíale que en el fondo de cada copa estaba ella ¡sus labios! ofreciéndose como antes, y apuraba copa tras copa con la esperanza delirante de alcanzar alguna vez aquel fantástico beso.... Ya borracho, exaltado, habló, gritó; su voz semejaba a instantes un alarido. ¡Los hombres hablan del amor!... ¡Los hombres son idiotas! ¿Quién ha visto el amor? ....¿Dónde está? No hay más ley que la del crimen y yo la mataré. ¡Ah! ... ¿Preguntáis a quién?.... Yo mismo no lo sabía antes, pero ahora lo sé: el vino me lo ha dicho.... ¡A ella!.... ¿No la conocéis?....Es mi mujer... ¡Es mejor que todas vosotras!....¿No sabéis quién es mi mujer? .... Es divina, impalpable, está en el fondo de cada copa, bebed y la veréis, es hermosa!.... ¡es hermosa! ¡Yo la adoro y ella es la mujer de todo el mundo!... Era un discurso incoherente y violento. Todas las miradas le seguían. Estaba trasfigurado, sublime, doloroso y bello, una llamarada parecía iluminar sus facciones lívidas.... Las mujeres habíansele acercado; una, magra, hierática, silenciosa, le tendió los brazos y a besos, mordiéndole le selló la boca sangrienta y le envolvió en su cuerpo flaco, ásperamente voluptuoso ... El corro aplaudía, una atmósfera asfixiante extendíase en la taberna. Echado en una banca el señor Mansueto contemplaba el espectáculo extravagante con una sonrisa complacida y sutil de Dios antiguo.... | Salieron y vagaron de nuevo por la ciudad. Ella se abrazaba a él, se estrechaba, parecía querer fundirse en su cuerpo; le besaba ardiente, insaciablemente.... Dos pasos atrás, el señor Mansueto seguíale sosteniendo en sus brazos comedidos y robustos el cuerpo desmadejado y blando de otra corretona. Fernando Faraday se negaba a las insinuaciones de su compañera. Hablaba borracho de una mujer que él tenía, que era la mujer de todo el mundo y también suya.... La cortesana rogaba, suplicaba, y él la rechazaba siempre con terquedad irreductible de borracho, invocando con vagas frases a esa otra mujer desconocida, señora de todo el mundo.... La cortesana se separó ante la insistencia, colérica, terrible levantó la mano para maldecirle y exclamó: —¡Oye, so cornudo! Otro día, convidas a tu mujercita!.... Y después, magnífica, arrebató su compañera al señor Mansueto y ambas, el paso vacilante y apresurado, se perdieron calle arriba ... Amanecía ya. Fernando estaba desfallecido. El señor Mansueto atento miraba a las cortesanas perderse de vista observando que aquella mujer espectral y desgarrada tenía algún espíritu, algún pudor, aunque cojeaba un poco del pie derecho.... La literatura de Fernando Faraday Nous vivons dans une áge oú les hommes ne voient Part que sous un aspect autobiographique. OSCAR WILDE. “Le Portrait de Dorian Grey” PALABRAS DE UN LOCO.—De uno de los locos que transitan por la vida, son estas palabras que siguen: fragmentadas, absurdas, vanas, violentas o dolientes, bien dicen que el espíritu y el cerebro de quien las hilvanó estaban descompasados y perdidos; pero en algunas líneas yo he encontrado el reflejo de propias inquietudes, de iguales amarguras; por eso amo agradecido estas palabras de uno de los locos que transitan en la vida:.... He agotado en pocos días, muchos años de mi existencia. He recorrido en noches solas, un mismo camino áspero y largo, dejando a cada paso esperanzas. Sufrí el olvido y quise buscar en mí, la absurda razón de cuanto se ocultaba. Busqué también el amor en todo, persuadido de que era el ritmo eterno y unánime de la vida. Y heme aquí—ni siquiera al fin de tan malaventurada ruta—sino en mitad de la senda ardiente; heme aquí, incierto, rendido al dolor, perdido el rumbo, con la misma duda que agita mi alma fatigada, con el mismo dolor que tortura mi cuerpo cansado. Antes luché. Antes me alzaba retador a cada rudeza del destino trágico que nos acecha y preside nuestro vivir; pero vino el cansancio de tan estéril combate; cierto amor suave fingió a mi vista un último resplandor de ilusión. Después también se fue, como todo, antes de que en el naufragio pudiera asirme a él y renovarme. Esa mujer había escrito: “Qué más da que me quieras si me quieres con pasión pensando en otras cosas, dándome la superficialidad de tu espíritu, porque no tienes sosiego para dejar que surja en ti la voz de la intimidad real, del afecto; sino puedes, al cabo, sentir hondamente, con profunda emoción de todo tu ser?”.... “Para llegar a la comunión perfecta de almas, se necesita tiempo, reposo, olvido completo de lo extraño. Hay que limpiar la inteligencia y el corazón de todo otro cuidado para dejar sitio al amor: que él se apodere de nosotros y nos domine". “El verdadero amor es como la aspiración de los poetas ¡el verbo nuevo de lo grande!” “Nunca brotó ninguna idea original en cerebros turbados por otros afanes. Para hallar la intensidad de la emoción, ha de recogerse el espíritu, contemplarse a sí propio, sin intermediarios ajenos. Las grandes ideas, los sentimientos dominadores, gozan, como los cuerpos materiales, de la condición de la impenetrabilidad.... Si encuentran el sitio ocupado, retroceden." “Y en su momentánea aparición ¡lejano relámpago de fuego! nos dejan la torturante impresión de estar siempre presentes, ¡siempre!....” ¿Podía yo entregarme a ella, así, absolutamente? ... ¡Ah, no!.... ¿Quién es dueño de sí mismo? ... ¡Y sin embargo! Ella pudo sobre fríos olvidos reflorecer el consuelo y la esperanza. Pudo llegar a mi alma enferma de imposibles, alma que sentía trasportada y disuelta en el alma de las cosas... ¡Era así que sufría yo todos los dolores, el dolor universal!.... ¿Dónde la vi? .. Muy débilmente recuerdo un salón agrandado en nuestra fantasía, iluminado por grandes espejos donde nuestros cuerpos se alargaban y la visión ampliábase al infinito. Ella—la veo—: nerviosa, insinuante, había desflorado al piano no se cuál olvidada sonata y al levantarse dejó sobre la negra madera reluciente —¡divina ventura!— un guante que encerré en mis manos humedeciéndolo con besos fervorosos.... Guardaba aún la forma de la mano amada que alguna vez sentí llegar a mis labios, que quise tomar en mis manos frenéticas por quebrar la fragilidad de las suyas, deshojarlas como dos pobres rosas! Quisiera recordar ahora la primera impresión de ese amor; pero ¿quién puede decir de la hora secreta?.... Ella, después, se ha alejado; flotante, vaga y al caminar ha ido ahondando el surco donde yo deseo dormir, de una vez y para siempre, el pesado sueño, el definitivo sueño eterno del silencio y del olvido. ¡Un sueño! ¿Sabemos ya, si viviendo soñamos?.... ¡Un sueño! ¡Quizás si todo no es sino un sueño!.... Quizás si ese mismo amor no es sino un sueño. Un sueño forjado por mi imaginación calenturienta; porque todo principia y acaba en uno mismo y todo es un proceso igual: un solo sueño.... ¿Por qué no ha de llevarnos el cuerpo dónde nos lleva el alma?.... Esta pregunta me la hice también el día en que ingresé a mi celda. Entonces no sabía donde estaba.... Pero he aquí a la hermana Francisca que pasa.... Mis ojos siguen las alas tendidas de su toca como una huella en el aire y en la luz .. ¡AQUEL VALS ANTIGUO!.... Original empeño el de conseguir cuanto se entrevió: mirada de mujer o suavidad de luz, halago sensual de la imaginación caliente! Tal gran amor sentido, fue primero sólo una idea; ligero romanticismo, debilidad de niño que se siente aislado, vanidad de hombre que quiere decir a una mujer entre dos besos ¡mía! Aquel romanticismo llevóme más de una vez a la extravagancia de hallar aparejadas lejanas correspondencias entre las cosas y mi espíritu. He sentido una tarde fría penetrar en mí los sonidos de un piano al que unas manos arrancaban las notas de un vals antiguo, monótono y vulgar. Parado bajo el balcón — la calle estaba sola —es mujer la que toca me he dicho. ¡Y de cuál modo lo hacía! ... El aire frígido, se llevaba en las mismas notas, dispersas, la armonía. ¿A quién esperaba esa mujer? .. Porque la voz del piano huía lejos, para llegar al alma de un hombre y avivar en él el fuego oculto de un amor. Pensaba que acaso esa mujer tuviera los ojos grandes y que estarían temblorosos de lágrimas.... Y en la calle proseguía mi monólogo, sintiendo el aplanamiento de las cosas, de los seres —como un mundo muerto — y sufriendo por esa mujer que volcaba sobre las teclas frías, en la caricia de sus dedos ardorosos, toda su nostalgia, todos los gritos de la carne que fuerza al amor, del alma desarmada por la ternura.... ¿A quién llamaba?.... ¡Ah!....seguramente al que no vendría jamás, porque al alcanzar los deseos, al acercarse, al llegar, ya antes se despojaron de lo que, inseguramente, denominamos ideal! ¡Aquel piano!.... ¡Aquel vals antiguo!.... ELEGÍA LAMENTABLE POR LO QUE PUDO SER.— Después de aquella ausencia que originó mi orgullo y avivó tu mansa terquedad, yo hubiera llegado a ti con el dolor escondido tras el disfraz de una sonrisa amorosa. Tú, por buena, olvidada de nuestras antiguas querellas, de los pasados rencores, me habrías tendido tus manos murmurando: —¡Al fin has venido! Y yo, muy sencillamente: —Sí, al fin he venido. Esto pasaría en la sombra, a la puerta de tu casa, delante de un prado verde y extenso, donde tú, cada tarde, miraste con pena llegar el crepúsculo sin que el Sol al morir te hablara de mi vuelta. Y esta tarde, el Sol agónico y encendido, hubiera puesto en nuestras almas un olvidado ardor.. Y allí mismo, en la quieta soledad hubiéramos sido felices, ahondando en las pupilas humedecidas nuestra inquietud, para ver como en la apacible visión de un lago, sobre la clara tersura del agua inmóvil, los días amargos, los días fatales de nuestra separación. Y escrutándonos así, nos hubiéramos hallado renacidos, nuevos, ansiosos de unir nuestros destinos inseguros, perdida toda desconfianza, uno del otro, resueltos.... Pero humanos y cobardes, una debilidad traicionaría nuestros ensueños, y yo inclinado, vencido, y tú temblorosa, palidecida, en vano hubiéramos mirado atras: los días lontanos, días felices.... porque habríamos sentido un miedo horrible, desconocido, un miedo absurdo de amarnos, de amar .. Y nuestras manos se habrían aflojado, desunido, y toda comunión rota ... y ya en el porvenir, nosotros hubiéramos sentido solamente el atroz remordimiento de lo que pudo ser.... AVENTURA DE UNA YEGUA SENTIMENTAL Y VAGABUNDA. — En el corral, un día como otro cualquiera, sintió ansias de albedrío, de otro aire, de ser libre bajo el sol o la lluvia. Liberarse del pesado trabajo cotidiano, sin otra retribución que unos puñados de afrecho averiado y tercios mezquinos de alfalfa, de una alfalfa amarillenta y agria. Pensó entonces en el mundo que no conocía, en calles no vistas, en parajes no admirados por sus ojos bovinos, en el diario, idéntico y obligado trote al lado de un macho fuerte y humilde, bajo el látigo injusto del carretero que juraba y cruzaba con la fusta el en-flaquecido armazón de sus huesos mal encubiertos por una piel alazana, manchada a trechos de un blanco vago y sucio. Era fea, pero tenía un noble corazón y fina sensibilidad de hembra hecha para otros menesteres que halar un vulgar y pesado carro de verduras. Un carro anónimo y despintado. Tan anónimo como ella, cuya historia empezaba en ella misma sin que recordara plácidos días de juventud salvaje en el ilimitado potrero verde, en la compañía de vacas y toros mugientes y el valido de los blancos carneros, balido triste y descompasado, o algún relincho lejano de tal burro gris e inmóvil: voces conmovidas que derechamente iban a su corazón de yegua buena y tranquila.... ¡Nada de recuerdos! Y a pesar de tal lamentable legado de su niñez, no guardaba odios ni rencores contra la existencia. Su protesta era muda y por silenciosa y tenaz, respetable; pero no lo entendía así el carretero, ni menos el dueño, y uno y otro exprimían sus energías flacas de laboriosa pasiva. ¡Ah! en el fondo, era una romántica que comparaba la libertad a un sueño dichoso, entrevisto en noches claras, tendida sobre la paja húmeda del establo, al lado de aquel macho fuerte y humilde bajo el látigo, que no sabía de esas voces inquietas y profundas de su compañera y hermana. Y llegó la ocasión, un día como otro cualquiera. Un descuido del encargado del corral y la puerta abierta y después de ella todo el mundo —desconocido y magnífico—y la libertad inmensa!.... Ella no dudó. Abandonó el corral —el paso cauto—y con el corral abandonó la tiranía cierta y humilde, el macho fuerte, la hierba mezquina.... Pero el espectáculo de las calles no la interesó después de las primeras explosiones de la libertad conseguida. Al cabo, aquel caminar sin rumbo fijo, sufriendo la impertinente curiosidad de los bípedos, mortificaba su espíritu sensible. Sintió sed y padeció hambre. ¡Ella, tan espiritual, tan hecha a las ideas, supremo alimento, sintió la baja necesidad de comer! ¡y peor! sintió la angustia horrible de no poder comer.... Continuaba empero su lírica erranza resistiendo victoriosa los apremios del estómago que la inducían a la cordura, al corral y al yugo. Finalmente, se detuvo en una esquina ante un guardián: El hombre del orden público se creyó llamado a intervenir y, airado, la increpó: ¿Qué hacía?.... ¿Qué quería? ¿Cómo se llamaba?.. ¿A dónde iba?.... Las palabras estropajosas y oscuras llegaban a sus grandes orejas abatidas, tardamente. No quiso responder, un poco por pereza, otro poco por desprecio. Entonces el hombre del orden público la pegó, la llenó de improperios, arbitróse un cabestro y así, sujeta, la condujo al cercano cuartel de policía. No quiso rebelarse. Como estaba fatigada su ánimo érale igual ir al lado de un macho fuerte que de un policía mal encarado. En el cuartel la rodeó la atención curiosa de los guardianes; la pellizcaron, la dijeron chistes soeces... Ella seguía inmóvil. En la cuadra no miró siquiera al caballo del comisario que —tenorio—la importunaba. Después, nueva via crucis, fue examinada por el comisario. Un señor brusco que hablaba recio y la trataba sin miramientos. Volvieron a interrogarla, a escrutarla y de mansa la tornaron inquieta. Después el funcionario exclamó: ¡Vaga! ¡Al calabozo por vaga!.... Y ante la despiadada injuria, la quimérica y creyente se sintió hembra y débil, desamparada, lloró abundantemente en un rincón solitario de la cuadra, mientras el caballo del comisario agitaba la cola y golpeaba el piso con sus cascos ordinarios y gruesos. “El otro corazón”, novela. Aujourd' hui un coeur brisé se tire a plusiers éditions. OSCAR WILDE. Le Portrait de Dorian Gray. Aquel libro torturado la interesaba. Casi podía confesar que la sugestionaba. Tendida indolentemente en el amplio diván blando, retenía el libro abierto en las manos pálidas y finas. Dejaba recorrer a la mirada las letras negras, apretadas y enfiladas, donde el autor pusiera tantas impresiones febriles y bellas, con un dolor interesante .. Interesante debería ser también el hombre que tales cosas escribiera. ¡Quién será!....fue la primera reflexión. Hubiera deseado conocerle, adivinar bajo la faz, que suponía melancólica y magra, los tormentos relatados en las páginas de ese libro que titulaba: “El otro corazón”.... Sí, era cierta su idea; las mujeres tenían dos corazones o un doble corazón, uno para la vida, otro para el amor.... ¡Quién lograría hacer palpitar los dos al mismo ritmo!.... Después de divagar insistía en su primera curiosidad: conocerlo. Aquel seudónimo: Fernald Day, nada la decía.... Y hundió la cabeza cavilosa en el almohadón rojo de pintada seda. Luego tornó a leer un aislado pensamiento: “Sobre todo, una cosa me interesa en los hombres, el sentimiento de su niñez. ¡Cuando yo era niño, dicen algunos! ... Vivotean. Estos logran vencerse y son hombres buenos y fuertes y conscientes. Otros se arrastran y se prostituyen. Aquellos sienten la vanidad de su entereza, éstos esconden la vergüenza de sus triunfos rastreados, conquistados al precio de tantos rebajamientos: pero todos— en horas inquietas de profundas interrogaciones— se sienten niños. Siempre, a flor de labio tienen la risa clara y sonora, el cuerpo apercibido para toda aventura: correr, expansionarse, no pensar en nada, tenderse al aire libre sobre la hierba, entusiasmarse por una nimiedad, ser feliz con un beso o una mirada.... y al fin de tales grandes y puros placeres, todos ¡todos! unos y otros, buenos y malos, vuelven en sí, entran de nuevo a la vida, mudos, pensativos, tristes.... Una cosa se salva de todos los naufragios: nuestra niñez que duerme plácida en el fondo del espíritu, presta asaltar y a salir de nosotros mismos haciendo en derredor un círculo de luz, de juventud: ¡inefable placer! Pero ¡ay! cuándo despertará de este sueño de olvido, acechada en la conciencia por las más espesas sombras!.... ” Reflexionaba Elisa después sobre su triste condición: he aquí que ella ¡la feliz! no podía satisfacer aquel capricho trivial: conocer al hombre que forjara la sorprendente trama que la encantara. ¡La feliz!.... Bien podía decir que tal frase—tantas veces llegada a sus oídos—era solamente una atroz y vulgar ironía. Más tarde, conversando con Pepito Umeres —afectación, veinte años, ruidosos amores— le habló de la novela y del novelista. Pepito le conocía; fuérale presentado en un cenáculo de intelectuales, ¡caramba! bastante sucios e incomprensibles por cierto! ... Apesar de eso, Elisa insistió: quería conocerle de todas maneras. Y Pepito Umeres prometió la presentación. —Comeremos juntos, indicó ella. El destino cómico La fatalité c'est l'excuse des ámes sans volonté. ROMAIN ROLLAND. “Au-dessus de la mélée". Juntos, extrañamente unidos al cabo de tantos años, sentíanse distintos y cada cual aceptaba el destino del otro con un fatalismo ciego, humilde resignación a las fuerzas desconocidas de un destino cómico! Elisa amaba a Fernando, pero no a aquel otro que la recordaba los días inquietos y las horas terribles de la prueba o pasajeros días felices ¡aquel automóvil rojo tan querido!.... ¡y de tan sonoro recuerdo!.... Era un capricho de su complicado neurosismo este nuevo amor—absolutamente distinto del otro, que se repartía por igual entre un marido joven y un automóvil chic—nuevo amor por un hombre que en impresionantes frases contaba su vida a las gentes y conquistaba el público aplauso y la apasionada admiración. Gozaba Elisa con este raro amor que tenía los alcances y novedades de una escena teatral— invención de un cerebro enfermo— y que la obligaba a "hacer” la vida, como hubiera hecho una comedia risueña o hasta ¡quizá! un drama doloroso y enredado. Fernando Faraday, el novelista afortunado de ”El otro corazón", el taciturno desengañado de la vida, sentía como iban muriendo en él todas las antiguas asperezas, como el amor le reconstituía, como una dicha, lenta y espesa íbale restando sus aptitudes para el dolor, como las pasadas angustias semejábansele solamente el vago reflejo de una confusa pesadilla; y esta dicha sempiterna, invadía su espíritu como una niebla ligera y densa que va borrando en el paisaje luz y color. Aquella noche, como tantas otras, él descendió enlazado a ella las escaleras de la casa. Se despedían en la puerta misma, retardando con voluptuosas caricias la partida inevitable. Se besaban frenéticos y enamorados: ruido de besos que llenaba la calle desierta. Elisa teniendo todavía la cabeza de Fernando en las manos le murmuró al oído: —Oye, ¿sabes?... mañana no vienes .. Y besándole: —Viene él .... Y como quisiera darle aún otro beso apasionado, Fernando echó hacia atrás la testa rebelde y soñadora y se llevó las manos a los ojos humedecidos. Después, callado y hostil, caminó con paso tardo y pronto se perdió envuelto en las sombras de la noche que, igualmente protectora, cubre todos los amores y todos los dolores... Magdalena del Mar, Verano de 1915. EL MAL DE LA DUDA.... I —¡Que Márquez nos hable del amor! La voz fresca de Lucy Irving finó en alegre carcajada. —Curioso, curioso—dijo después—nuestro chic Márquez hablando sobre el amor que desprecia— y ante la protesta de un gesto, abrió enormes sus ojos azules, de un raro azul que tenía cambiantes de verde.... —¿Niega?... Luego, ¿cree en el amor?.... ¡Oh! ..— un ademán de triste sorpresa veló en su mirada la ansiedad. —Creo, creo, Lucy, en el amor, como en lo demás.... ¿Dar de él una definición estricta?....¡He allí lo difícil! ¡That is the question! —como dijo vuestro Hamlet, hombre impertinente que exhibía su spleen! He allí lo difícil, repito, con el divino encanto de la dificultad .. Mezcla de sensaciones, matiz de sentimientos, es grato en atardeceres fríos al lado de queridas morbideces ... Rió Lucy nerviosa echando atrás la mata crespa de sus cabellos encendidos, rabiosamente rubios; riendo acercóse a las vidrieras que daban hacia la calle grisácea, limpiada por la lluvia. Los cuatro hombres del gabinete callaron absorbidos en sí mismos y en la estancia percibióse solamente la aspiración peculiar de los fumadores chupando sus pitillos. —¿Vuestra última conquista? —Lucy Irving, gentilmente de pie, frente á Márquez, puso en su mirada de fiebre la intención de la pregunta. —¡Es historia! —la voz era lo bastante tenue para ser apenas oída—las enamoradas sinceras son ingenuas loquitas—la misma voz suavizaba la ironía—bastaron unas cartas violeta llenas de pasión que tenía ya olvidadas en la cartera .... Celos y ruptura. Os aseguro que aquella mujer lloró con el más profundo de los desconsuelos.... —¿Y era?—surgió una voz desde el canapé. —Sois indiscreto, Santibañez. ¿Ejercéis aquí de periodista? ... ¡Es tan delicioso callar el nombre familiar adorado!.... —Entonces, declaró Lucy, sois viudo ahora... —¡Si lo fuese siempre! .. Amar el amor en sus mil seducciones, ese es mi ideal, en síntesis. —Pero sois egoísta, arguyo Santibañez, en pago de amor dais apenas simpatía. —No teneis fuerza para entregaros a quien os ama.... —¡Lucy! ¡Lucy! vos no podeis decir.... —¡Oh, sí, Márquez! No teneis corazón; pero supongamos que lo teneis.... —Supongamos—concedió burlón. —Y que sabeis soñar pensando en un dichoso futuro.... —Sí, sí, una linda mujercita elegante y discreta; swet home y un dulce amigo complaciente, a la francesa!.... —Hablo seria. Sé de una persona ... ¿Decidme? ¿qué más da tarde o temprano?....Lo dice un proverbio de vuestra lengua: nunca es tarde para hacer el bien ... —¡Y para hacerlo bien! Lucy, sólo que Márquez tiene un acendrado cariño por lo suyo, entended, por lo suyo ...y por su vagar de jardinero: una flor distinta en la solapa para cada día. —Aceptando, tendreis ¡algo más que sea vuestro; y con quien podeis intimar hasta lo infinito. —¡Oh! si las mujeres fueran cosas!.... —¿Qué? ... —Simplemente, ¿si las mujeres no son cosas, qué cosa son? Celebraron el mal chiste. En el ángulo sombrío, la voz pastosa de Jimeno Zelanda apuntó: Márquez, sois vanidoso y superficial. —¿Vanidoso? ¿Superficial?— Márquez de Zegarra se apasionaba por las disputas de las que resultaba eterno vencedor gracias a sus incongruencias —¡como queráis! ¿Y quién me ha tomado en serio?.... Convenceos, querido cirujano, todo está en reírse, paciente unas veces, otras irónico; de la sonrisa nace el prestigio de las cosas. Cuestión de pliegues: con una línea menos, la admiración; con una línea más, el ridículo ... ¡Ah, en los labios reside el absurdo secreto de la vida!.... —El ridículo, suspiró Lucy, sería interesante saber dónde comienza y dónde acaba. —Todo es ridículo dulce amiga —acentuó lánguidamente Márquez— el amor, hechura de vanidad y cualquiera de nuestros actos: cada apresuramiento disimulando una ambición; cada actitud disfrazando incertidumbre....—y después de una pausa silenciosa— el elegante disertó, todavía con su peculiar dejadez: El amor en su infinita variedad; en sus desmayos cariciosos, en sus ridículas escenas, en sus complicaciones pueriles, en sus ásperas vehemencias, en su inutilidad para librarnos del hastío inevitable! Ni la dulzura se salva. Todo resulta una gran comedia de estupenda vanidad, una comedia que representamos nosotros constantemente, nosotros, actores cansados apenas nacidos!.... ¡Hacer teatro de la vida, oh! ¡gran pecado!.... Todos los que en tal sentido equivocamos la existencia habremos de morir desdorosamente..... —He aquí por qué, puntualizó Zelanda, el mejor de los mundos es el de la ignorancia! ¡Ser un gran salvaje, oh ideal! No sufrir la terca neurastenia de Hamlet, ni buscar en las mujeres lo que no tienen! ¡Ah!... ¿Lucy?.... ¿No es esto demasiada cordura? Me satisfacen Zegarra vuestras teorías, son también mías; es muy consolador encontrar un hombre acorde en nuestro tiempo.... Y un mudo apretón de manos dijo más que las bellas frases de la cortesía trivial. La habitación oscura sumergía en la sombra las siluetas de los del círculo; apenas el tocado de Lucy era una mancha de indeciso color. Miss Irving dejó el asiento al lado de Santibañez y acercándose al centro encendió la luz blanca de una lámpara broncínea, luz blanca que una ligera pantalla rosa velaba. La suave claridad descubrió el rostro fatigado de Jimeno, su barba asiria, sus rasgos adustos. Más allá, Amador Méndez encendía el sexto cigarro, apartado en pensamientos de las frases anteriores, como persiguiendo una idea ... Santibañez distraía la mirada errante de sus ojos de alcohólico paseándola por los muros tapizados de una tela azul y Márquez mecíase acompasadamente observando la nerviosa preocupación de la inglesa enamorada. Los reflejos que venían de la calle quebrábanse en las vidrieras y a instantes, una viva claridad, como de relámpago, fulguraba en el interior. Lucy volvió a romper el silencio. —La última novela de Valdez, es interesante Márquez... ¿Ud. la ha leído? —Admirable sujeto, Valdez, Miss Irving, opinó Santibañez. Es todo un cerebro.... —¿Conocéis su historia, Santibañez?.... Y como el periodista negara. ¡Contadla Márquez!—rogó Lucy. —Su color moreno nos dice, desde luego, que nació quizá en Cañete, aunque puede ser que también en otra parte ignorada. Tiene talento; mediano, siempre inferior a su cinismo. Vivió, tiempo atrás, una vida oscura y desconcertada, hasta que un señor maniático enseñóle cómo un hombre con audacia y dinero está siempre dos codos por encima de toda envidia. ¡Gran evangelio para un discípulo aprovechado!, cuyo momento llegó; un salto de trampolín ¡y a las alturas! Es un arribista encantador, se cree superior a todos y a todo, lo cual es una manera de probar la propia insignificancia.... ¿Vuestros cigarros Lucy? En tanto chupaba el cigarrillo lanzó una mirada circular y concluyó: vivirá aún mucho tiempo; sólo que las caídas de estos pequeños son imprevistas y violentas. En resumen, humo y humo, sin siquiera el aroma del de vuestro cigarro.... De nuevo el silencio los oprimía. Lucy forzábase a disimular su inquietud por la muda complacencia de Jimeno Zelanda. Desde que rompiera sus relaciones con el médico, preocupábala su mentida conformidad, sabiéndolo neurótico; conociendo sus extraños arrebatos, sus crispaciones que lo arrancaban de la vida para hacer de él una cosa inerte y dolorosa. Me ama, pensaba, me ama y oculta un designio. El calofrío del miedo la cortaba. Venció su inquietud; quería olvidar. —¿No hablais esta tarde poeta?.... —dijo y miró a Mendez-¿Rimabais? Se me figura que los poetas están buscando siempre la rima de su vida. —Solo que mi vida de hoy, y es solo un ejemplo, oculta una armonía difícil de versificar; pero aunque no es verso es poesía. Paso la noche cruel. Noche de insomnio sofocado por una angustia letal, persiguiendo imaginativamente una belleza de forma, una expresión amplia y pura.... ¡Verdadera noche de artista! De mañana he paseado por mi barrio que inundaba una pleamar de sol y gentes. Y fue allí que toda esa escena risueña a poco se tornó en tragedia. En un andamio, un albañil de crespos cabellos rojizos lanzaba al viento una canción. Su alegre rapidez laboriosa y su canto, me detuvieron en muda contemplación; me interesaba tal goce cuando en mí eran inexplicables agudas tristezas. Y cambia la decoración como movida por mano torpe. Allí arriba, en aquel paso estrecho y bamboleante, treinta metros sobre el piso, hay un confuso rumor de lucha. La gente se agrupa, suspendido el ánimo, y yo también cerrados los ojos, convulso, espero el caer de un cuerpo.... Cuando le llevaban—harapos rojos—todavía murmuraban los curiosos: una mujer, una mujer, una mujer.... Esto fatiga el espíritu, envejece, irrita y cansa; y ya la tarde pasa para mí, en mi viejo sillón, como en un sueño, esperando la hora de acudir a vuestro refugio. La voz de Amador era blanda, con suaves inflexiones. A veces, un poco teatral. Su rica fantasía realzaba el habla de imágenes vivas y literarias. Una nueva pausa dióle descanso para continuar: ¡También es un refugio mi sillón viejo! ¿Sabéis que tienen una poesía delicada y persuasiva los objetos familiares?....Yo le tengo en el más oscuro rincón de mi alcoba, como tenemos todas las cosas más amadas: entre sombras.... De tarde, de noche, cuando pesan sobre mí todas las vagas indecisiones, él parece tenderme sus brazos con cierta piedad para recibir en ellos la carga triste de mi carne enferma. Yo abandono mi cabeza y él hunde su blandura,—como cercano pasado que tan lejos estás, hecho de sueños—se hundía el seno de la buena amiga.... ¡Viejo sillón! Refugio para divagar tejiendo quimeras, es amargo pensar que el tiempo hará de él solo una cosa innoble y frágil., y que ha de llegar el momento en que hiera el recuerdo de su caricia muda cuando entre los ásperos rizos pasen los dedos expertos de pintadas encantadoras.... —Estos poetas —murmuró Jimeno— que nos hacen bella la vida, son tan escénicos, ¡tan librescos! Pero, reconozco su sinceridad, Amador, y la lamento. Porque confesad, como diría Márquez, que entre reír y llorar, es preferible lo primero. —Pero la existencia es esquiva para nosotros los sentimentales. Somos enfermos de vida. —¡Cosa interesante la gesta de un poeta! —derivó Márquez la conversación—¡cuál emoción la de sus primeros versos, seguramente hechos para la primera mujer adorada! Quizás otros no han amado y sí sentido, íntima la revelación....He conocido muchos niños hastiados ya, filosofando entre payasos y muñecas y jugando “ala vida” ... ¿Sabéis vosotros de esa inclinación infantil?.... Así, filosofando, como viviendo de antemano años en minutos. Hay niños que nacen predestinados; ¡se mueren o son poetas!.... —¿Vuestros primeros versos, Amador?.... —Estos, Santibañez: Soñar, honda, eternamente, no vivir esta vida dolorosa y consciente, soñar, solo soñar.... —¿Era un prematuro desencanto?.... —Por aquel tiempo me aplazaron en Derecho .... Después he deseado la muerte. ¿Quién no la desea a los veinte años, nacido con la virtud dolorosa de amar y comprender?.... Vivimos tan de prisa en nuestro pequeño mundo, nos agotan tan pronto las minucias egoístas, tan presto nos opaca el desaliento, que así, muy precozmente nos sentimos perdidos ... El reloj cercano vibró ocho veces y los cuatro hombres se levantaron: Lucy rogó: —¡Aoh dear Marquez! .... Por lo menos Ud.. quédese.... Concluída la comida de peligrosa intimidad, Lucy condujo a Márquez al gabinete azul donde pasaba sus momentos de aburrida. Habíase arrancado el tul, que velaba el escote y su carne se triangulaba en la forma de la tela. Abrillantábanse sus ojos y las manos, paralíticas, buscaban otras manos, agitándose como poseídas, sobre el vacío inerte. Márquez de Zegarra, a su lado, sufría la influencia imánica de esa mujer—la sola temida— que desarmara su estudiado escepticismo en esa tarde de insinuantes languideces. Oprimió en las suyas las manos perdidas, recogiéndolas en una larga caricia. Lucy Irving se tendió en el diván, galvanizada, yerta, y él puso los labios ardientes, en la media blanca, sobre la pierna fina, en un largo beso de sensualidad dolorosa..... II —En verdad, Octavia, créame, su casa tiene en mí al creyente de un hogar tibio de recuerdos .... —¡Qué tremendos días! —exclamó Octavia. ¿Recuerdas Amador?.... —Sí. Hasta podría repetir frases.... —¿Recuerdas? Nuestros primeros paseos, el amorío, el noviazgo.... Gustaba Octavia oír la fácil palabra zumbona de su marido; profesaba hacia él íntimo culto; un amor afectuoso de amante y de hermana, un poco exigente y superticioso. —¿Y cómo fue el formalizarse vuestro compromiso? Fernando Ribera inquiría ansioso por todos aquellos detalles que hacían de su vida el capítulo no escrito, como queriendo unir con el relato de lo pasado el paréntesis de los años de ausencia. Marido y mujer respondieron a una voz: —¡Cosas de éste!.... —¡Cosas de ésta!.... —¿Y Ud. Florencia, a quién culpa?.... —¿Culpa?.... ¡Felicidad de la idea! ¡Usted no puede comprender estas cosas! ¡ave de paso! —Sí, tal vez no soy muy aficionado a la felicidad casera, sin embargo, cuando se encuentra una mujer, como la de Amador. —Fernando, Fernando, olvide su galantería de comedia!... ¿No le parezco demasiado vieja con este vestido suelto? La noche anterior, Octavia y Florencia regresaban al “chalet” quebrando el silencio con el eco perdido de sus pasos. Complacíales caminar lentas, dejando un recuerdo en cada silueta borrosa de los ficus verdes sombrosos que desperdigaban sus ramas en medio de la armonía susurrante del follaje. Vago sentir de poesía inquietaba sus almas en las nocturnas paseatas por el desierto balneario, plasmando sus almas en emoción que traducía en actitud recogida y silenciosa. Reverdecía Florencia añoranzas dormidas en la memoria: la silueta descompuesta y desenfadada de Fernando Ribera, cuando años atrás, acompañaba “al novio”, Amador, tan poeta en su vida y en su amor, tanto que admirábalo ella como un alto ejemplo. Recordaba ahora el sabio consejo oído de sus labios fraternos: el fin de la vida es hacer verdad las pocas bellezas reales que viven: la armonía de un beso.... Fernando entonces las divertía. Sus bromas deliciosas revividas en la memoria y repetidas adquirían ahora en su imaginación sello peculiar, y recordaba también las romanzas italianas de palabras sentimentales, con la última nota tremolante que moría desesperada en sus labios desfigurados por un pliegue: para emitir mejor; como él explicaba... Y aún, la perfección de Fernando cuando remedaba los agenos defectos .. Así forjaba su desvelo por el porvenir rico de promesas, en tanto, fuera, en el corredor, Octavia y el novio repetían la sempiterna cantata a la Luna: ¡serena lámpara de todos los amores! Otro recuerdo, todavía, el de Marcela, la hermana muerta; aquellas sus manos blancas y flácidas, de intelectual, paseándolas sobre las teclas amarillentas del piano familiar en su motivo favorito: la triste dejadez de Shumman en la "Alegría del Labrador".... Fue su primer dolor observando las preferencias de Fernando para ella, por una simple y delicada vanidad de mujer. Ese dolor punzante quedó después redimido por otro mayor: la muerte de Marcela, un poco de tisis, otro de fastidio—y los versos de Fernando en una revista ilustrada: Marcela, hermana ¿me oyes? ¿me esferas?.. Poco a poco, tras el luto de la engreída extinta, renació la calma y vino la alegría apagada como por el soplo débil de la que dormía lejos ya.... Renació la alegría, tres veces riñeron los novios, él olvidó las visitas; los novios tres veces hicieron las paces, él escribió: una vaga carta de Chile y dos años más ... Vuelta del soliloquio, con una pregunta animó la conversación decaída: —¿Octavia, recuerdas a Fernando amonestando vuestro aparte?.... —¡Siempre gran burlador! Mendez hizo un gesto impaciente. Las sencillas frases escrutando en su memoria escenas del pasado delataban su incertidumbre ante Fernando. ¿Cómo opinó de su matrimonio?.... Su carta decía: ¿es posible? ¿es posible?.... “En cuanto a ella, sabes ya que hará una excelente esposa .. ¡pero cómo has podido olvidar!” La aparente sorpresa encerraba una acusación. ¿Cómo había olvidado?.... Preocupábale el hondo sentir de la duda. Sabía a Fernando franco, incapaz de acallar un sentimiento; llevando a veces hasta la crueldad su franqueza. El olvido fuera de sus raros juramentos hechos en la adolescencia, extraña juventud ardorosa, inundada de un misticismo delirante por el arte por el espíritu. Se embriagaban entonces de teorías que eran lo mismo; teorías de teorías, con el isocronismo roto por la belleza de sus imágenes audaces. ¡Admirable consagración a los veinte años, sin sentir el presentimiento de las fatales evidencias! Fernando, perenne y fiel, había triunfado dentro de sus ideas; de allí su admiración por el olvido de Mendez. El, no. La realidad venciera. Luchó con el alma y el cerebro, como el ansia puesta en la fe, y estaba fatigado; vencedor vencido encontró una dulce mujer-alivio a un tiempo y refugio—y quiso beber besos en aquella boca y reclinar en el blando regazo la cabeza enferma de tantos imposibles sueños. Claudicó, era cierto; pero su vida fue bien distinta de la del amigo Fernando supo librarse a tiempo de las dificultades bajas y traidoras. Fuertemente literario, vivió una vida de literatura—¡soñada irrealidad!—con la gloriosa convicción del error, con el soberbio desprecio de lo frecuente. —Ríe Ud. Florencia, y es cierto, sin embargo! Casos se han visto. ¿Y qué, todas las emociones no valen lo que alcanzar un deseo? .... —¿Y cuando el deseo es una utopía?.... —¡Mejor si lo es, Florencia! ¿Cierto que sí, verdad poeta?.... —Nada vale mi opinión de poeta; nosotros pensamos con el momento; sino, sería inexplicable la variedad de la inspiración.... —Fernando, no le pida opiniones de poeta; sólo lo es para mí, afirmó Octavia, y volviendo a su marido: ¿te agrada la musa?.... —¡Qué más bella realidad!—interrumpió Fernando, y ante la frase de Florencia: ¡Cuán fácilmente es tu galante!, él inquirió: ¿la desagrada una galantería?.... —A veces sí, a veces no. Florencia en cada palabra ponía la expresión distinta de su sentir. Así sus frases eran comprensibles y armonizaban con el estado espiritual de ella misma, subyugando a quien la escuchaba; encantaban su afable suavidad, su inteligencia ligera, cual una linda sutileza viviente. A su lado, Fernando Ribera esforzábase en encontrar el secreto de aquel enigma—así fi- gurábasela—siempre resuelto y siempre enigma. Era la única mujer que mágicamente producíale el olvido total de la vida. Siguiendo el diálogo, embebido, a la busca de una certeza adivinada que no podía alcanzar, no vio el discreto mutis de Octavia ni la triste sonrisa desprendida de los labios de Amador. —No, decía Florencia, detesto el amorío fácil.... de salón.... Debe ser el amor—se me figura a mí subrayó—sensación oculta de profunda paz; descansar uno en otro.... —¿No negará Ud. que el amorío tiene seducentes atractivos? ... Piense que repetir la comedia, gustar idéntico fervor en circunstancias variables es también sensación continua y bella! —¿Y el engaño, Fernando, el engaño?.... ¡lo que no es sincero!... En eso soy intransigente.... ¿Por qué sonríe?, agregó, observando en los labios del amigo una sonrisa. —Pensaba que a oirnos alguien pudiera creernos enamorados! .. Y una violencia interior fue su emoción, disipada en un deliquio de inquietudes.... III Hacia la media tarde, Amador y Fernando resolvieron visitar a Márquez en su casa. Habían de atravesar el centro de la ciudad para llegar a un parque a cuyo fin se elevaba el pequeño chalet de Zegarra. Oprimidos por igual ansiedad nerviosa, ninguno quería romper aquella tregua callada con vanas palabras de acusación o disculpa. Llegaba el momento ansiado de la explicación. —¿Quiéres que hablemos?—preguntó Fernando—y Amador respondió simplemente: —Hablemos. Caminaban por un girón estrecho y populoso. A su lado pasaban, rápidos, autos, coches y tranvías en un desfilar violento y vocinglero con el ronquido de bocinas y sonoro timbretear de campanas. Elegantes siluetas de mujeres, como vaciadas en estrechos moldes, les rozaban acariciándoles con el surco de sus perfumes. Caminaban abstraídos, hilando las palabras inevitables, ansiosos de librarse de la mutua desconfianza. —No se te oculta —dijo al fin Fernando— la impresión que me hace tu casorio, ¿verdad? .... Te encuentro otro, Amador. No tenías al dejarte yo esa expresión grave y cansada. Bullías entonces, forjabas ensueños ¡vivías! De esto hace apenas tres años... Dime, dime, ¿como fue?.... —Es la pregunta eterna en mis labios. Me casé porque quise alcanzar un férvido deseo. Estaba enamorado de lo pasajero; olvidé nuestras quimeras, nuestros proyectos de triunfo, y no porque dudara. Estaba fatigado, derrotado. Pero tú has llegado y basta. —¿Fatigado? —repitió Fernando cual si quisiera impresionarse aún del concepto. —Sí, viejo. Viejo prematuro. Mi juventud tan cercana en realidad y tan distante en mi memoria, ha sido un adormirse de ilusiones soñando una inasible perfección.... En algún momento tenía que despertar. —¿Y no pensaste en lo culpable de una vida estéril? .. —¿Y qué hacer?.... ¡Fatalidad es esta que viene de muy lejos! ¡Mala herencia quizá! ¡Ah, si yo hiciera de mi vida un poema de tristeza sería un poeta sincero! Pasar la infancia debatiéndome entre miserias, para crecer en una precocidad aguda que me hacía presumir un futuro de luz... Mi juventud de laborioso incansable; mis versos, mi mujer y ahora ya nada que esperar!....Ser uno de los señores X de la vida, sin más huella que la descendencia oscura fraguada en la oscuridad a quien, seguramente, aguarda el mismo fin! La voz se tornaba cálida: —¿Y fue porque no pude elevar mi canción? ¿por egoísmo? Hay un fondo de orgullo en su silencio—dicen— y no saben que es cansancio, una fatiga invencible. Aún, la última ironía: si lloras, débil; si protestas, renegado; con que, mira, hay que tomar el partido de callar, de reír, de pensar en la evangélica frase: nacieron, vivieron, murieron.... Se exaltaba. Su ademán tenía la irrupción de la protesta, el desaliento de la queja, por su vida humilde, por su vida melancólica como una suave balada de la tarde. Fernando quiso discutir: —Todo es comprensible y aceptable, apuntó. El amor, el amor, bueno, pero un amor que no ligara, que no impidiera seguir el camino. ¡La obra antes! ¡La obra! Había que edificar en la vida. En cualquier orden de la actividad era preciso, ¡imperioso! crear. ¡Hacer! Decía: —¿No has conocido acaso, la profunda, la infinita voluptuosidad de crear? Antes las manos han de educarse para la obra que para el placer ... Ellas se aligeran en la faena. Son sabias. ¿De qué sirve la idea al hombre si ha de ir por la vida tan estéril como la muerte? ¿Y por qué la muerte, si hasta ella, como el dolor, es la gran fecundadora de toda energía? ¡Hacer! ¿Recuerdas las palabras de Zarathrusta? Crear, el acto que libera del dolor y hace menos grave el peso de la vida .... La obra es el fin y es la esencia de la vida. ¡La razón de ser!.... Y a la respuesta del amigo: Yo no sé qué es más bueno hacer, una bella obra o una bella vida. —Dijo, entendamos que nuestra religión es la belleza y en su culto hagamos renunciación sincera de todo.... —¿Y cuando no hay fuerza para soñar? ¿Y cuando la visión es la misma? ¡unos ojos que se miraron en los tuyos cegándote con su fulgor!.... —¿Y lo mezquino de una vida material que lo encubre? La transación con las prácticas, el respeto al prejuicio, el horror del nivel igual, la caída, ¡la caída! la caída lamentable de la torre donde se guardaron esperanzas!.... —¿Hemos de consagrarnos entonces a hacer vida para los otros y no para nosotros mismos? —¿Y no es sublime venganza dulcificar horas de tristeza haciendo vida para los demás, un poco de tregua para el cansancio de las cobardías?.... Llegaron al comienzo del parque. El paseo extendíase ante ellos vistoso y agradable, en su verde simetría. A uno y otro lado las casas de arquitectura desigual parecían bañadas por el sol que reflejaba su ardor en los muros claros. Continuaron, agenos a la vida que bullía al rededor de ellos. Volvió a hablar Fernando: —Tu interior es morada donde la vida se apaga, donde adormido en la nada el silencio sueña.... —El silencio es adicto de la dicha.... —En el silencio hay una oscura tragedia, en el silencio las almas se deforman.... —Se elevan. —O se opacan. Se detuvieron, habían llegado a la casa de Zegarra. Márquez de Zegarra habitaba un chalet pequeño, cuyas vidrieras miraban al pueblecito de Magdalena, mancha multicolor en la polvorienta avenida. Le encontraron en su comedor, apoltronado, con un libro en las rodillas, en grata modorra. Recibió a los amigos con alegre sonrisa: —¡Heraldos de gloria, portadme las coronas del triunfo! En pocos minutos he inventado una teoría más para el gasto de los ideólogos: ¡es el ocio fecundo! Algo decisivo, asombraría a Pirrón. Hela aquí: pero antes, convengamos: el amor es motivo principal de la existencia; suprimido agotaríase la especie, volvería la tierra inerte a la condición primera y estéril; luego el amor encierra el principio y la esencia de las cosas. ¿Su fin? La reproducción, es decir, la conservación evolutiva. Esto en frases desnudas. No nos engañemos con romanticismos. Admitida la premisa, puedo declarar que la vida se simplifica minuto a minuto, al revés de lo que creen los sociólogos a la moda. Observad: antiguamente, para sentir el amor en toda su plenitud creadora, antiguamente los amantes para llegar al beso, rodeábanse de la soledad propicia admirando la eterna y cambiante belleza de la Luna, la suave melancolía crepuscular, musitando un querido madrigal.... Hoy, bástales con un sofá blando y una madre complaciente.... A veces, él solamente entendía sus paradojas. Funambulesco, pretendía desorientar y era temido por sus originales incongruencias. Vivía en una voluntaria descentración, desorbitado a sabiendas, placiéndole aumentar su prestigio sugestivo. Amoroso, de un temperamento violento y sensual, dominóse hasta la rigidez, poniendo en el empeño toda su desordenada voluntad de maniático. Pensaba que la voluptuosidad suprema residía en el contacto leve y aconsejaba retardar el minuto angustioso, hasta la desesperación y la locura. Una simple presión de la mano amada—hablaba— puede producirme sensación de vértigo. Despreciaba en su credo a los monoteístas del amor. —¿En cuánto tiempo desnudaríais a vuestra querida, en cuánto a vuestra esposa, en cuánto a una de esas viejas amigas del corazón que os miran tiernamente, una vez cada quince días? Era su pregunta sempiterna, y—decía él—la respuesta le daba la medida exacta de la capacidad interrogada. Así, original, refugiado en un epicureismo personalísimo, comprensivo de la vanidad triste y aburrida de la vida, hacía de su existencia una fiesta de risa y de ironía, donde el placer rimaba acorde.... —No estoy satisfecho, empero— agregó—de mi día; un mal encuentro ¿os acordáis de Santibañez? ¿el que escribía?....Hace solamente un mes intimamos en el saloncito azul de Lucy; ya te llevaremos a él, Fernando .... El pobre Santibañez era un temperamento linfático. Y aunque le imaginé mediocre, resulta bello, con una belleza ajada, interesante. Tuve un encuentro con él: a media voz, frente a unas copas, pocos hombres hay que callen sus inquietudes íntimas; el pobre Santibañez era elocuente en su dolor: una boca amargamente inmovilizada en un pliegue, mitad sonrisa, mitad mueca. Y por ley suprema del contraste, esto en una mañana de primavera, de sol, de plenitud. ¡Sarcástica generosidad de la luz! Y comenzó a decirme: ¡los hombres hablan todavía!, a historiarme primeras estrecheces, ansias trepidantes, fugaces triunfos, perdurables derrotas internas, convencimientos amargos, y como yo dudara con un gesto—no me cree Ud.—interrogó. Y después: ¿Sonríe porque afirmo mi muerte? ¡Estoy bien muerto! ¿No lo dicen mis ojos? Y verdad que lo decían, tan yertos estaban y tan fríamente quietos. Por fortuna, mi tesis de hoy paga el mal rato. Derivó la conversación, mariposeando, hurgando en mil temas hasta llegar la tarde propicia al paseo. Márquez de Zegarra propuso visitar a la Mendieta. —¿No la conocéis? Una adorable imperfecta, ¡vale la pena! Ellos aceptaron por fastidio, tratando de reposeerse, olvidando el descontento que los dividía.... IV Jimeno Zelanda asido a la consola adosada al muro, engarfiaba las manos en un doloroso espasmo. Llegara hasta Lucy con el fuerte deseo de gritarla, de violarla, sintiendo que esa ruptura con la mujer amada significaba la quiebra de su vida. Viéndola tranquila, chupando el cigarrillo torturado en sus dedos flexibles, sentíase cobarde y vencido. Como todos los enamorados sencillos, evocó el pasado de su amor, cual si hubiera esperado ver renacidas en ella las antiguas palabras y actitudes. Conociérala apenas llegada al Perú desde su patria brumosa. Recordaba a Mr. Sherrill, su amante, un inglés equívoco que debió nacer en España por fogoso y noble, venido a América en pos de negocios mineros, y tras él la amiga. Jimeno aliviaba en un caserío serrano la dolencia nerviosa sufrida a la muerte, casi simultánea, de sus padres. Ardoroso, sus vehemencias exuberantes esclavizábanle en largos padecimientos nerviosos que sólo curaban el descanso y la ausencia de sí mismo. Entregábase entonces al estudio, consagrando por entero su actividad a especulaciones de médico prendado de la profesión, infatigable en sus afanes y pictórico de curiosidad. Sepultado en Socco, pueblucho gris y helado oculto en un repliegue de la quebrada, perseguía el recuerdo de los padres muertos que en la memoria se esfumaba más y más cada día. Realizaba a veces larga caminata por entre cerros riscosos para llegar hasta las blancas casitas donde una compañía de yanquis estableciera sus oficinas de laboración metalúrgica. Las minas quedaban un poco más lejos —cual en una gigantesca decoración de elevaciones abruptas, fríamente trágicas—dispuestas en medios círculos las bocas oscuras de los socavones, como bostezos, en cuyo fondo brillaba oculta la aurea vota codiciada. Recibíale allí Sherrill rodeado de cuatro yanquis rasurados, fornidos, amoratados por el frío, con animosas sonrisas todos en los labios rajados. Jugaban y bebían, le hospedaban a veces y Jimeno Zelanda observaba aquella vida ruda, aquellos hombres audaces, cuya audacia se trasparentaba en las frentes altas, en las miradas duras, en los brazos siempre recogidos como listos para la obra... Un día, Sherrill anunciárale la venida de Lucy. Llegaría al Callao el domingo y el miércoles a Socco. Contó después como era ella; describía su belleza entusiasmado con las propias palabras, como retocando la imagen y viéndola dentro de sí. Unos ojos.... unos labios.... un perfil.... y ante la evocación los ojos vivaces se apagaban como si una nube de nostalgia pasara ante ellos rescucitando los tiempos pasados que iban ya a volver. Así nació en Jimeno la simpatía insinuante por la inglesa exótica, voluntaria desterrada que venía a dulcificar las horas del amante en la ruda soledad del caserío serrano. Y llegó. Su porte breve, ingrávido, sus cabellos rubios rebeldes, escapándose de la blanca cofia de lana, le sedujeron; semejaba un lindo dibujo, un estudio en blanco sobre el gris igual del paisaje. Lucy le acogió benévola: —Es Ud. el primer hombre del país que conozco, es un simpático país.... Oprimiendo delicadamente la mano aterida que ella le ofreciera desenguantada, tuvo una sensación de profundo bienestar; una pacífica dulzura le invadió. Frecuentó, luego "La Quinta"—así llamaban los yanquis a la casa—intimando su amistad, trocándola de simple conocimiento ceremonioso en tibio afecto. Solían dar grandes paseos, ella con su "kodack" al brazo, furiosamente apasionada por las instantáneas de cada bello rincón descubierto en sus correrías. Ganaba él lentamente—con bonita intención—la simpatía de la inglesa, en aquella vida pequeña, un poco primitiva. De noche hacían tertulia en medio de wiskies and sugar wafers charlando de trivialidades ante el vapor aromoso del té, medido el tiempo por el engolado grito de un fonógrafo que traía hasta ese rincón perdido en el mundo un eco de la vida civilizada. Lucy esforzábase en el aprendizaje del castellano; servíale Jimeno de tímido profesor, y las bromas de ella, sus cómicas representaciones al maestro exigente, sus risas, sus familiaridades llegaban al optimismo de su alma enamorada cual intimidades concedidas, disponiéndole el forcejeo entre la realidad sencilla y sus apasionadas esperanzas. La pasión en él era cada día más violenta y honda; turbábale la idea de ser observado y descubierto por Sherrill.... ¿Y Lucy? .. La duda de lo que ella pensara hacíale desfallecer. Con la vaga esperanza de atenuar su agitación resolvió hacer un viaje, corto rodeo por los pueblos cercanos, envió dos líneas de disculpa a los yanquis y una mañana partió. De regreso dijéronle que Lucy visitara la casa en su busca alguna vez; paseó las habitaciones, se detuvo en la propia alcoba algunos minutos .. ¿Curiosidad de amante o de mujer?.... ¿Ella pues había dejado su perfume en aquellas cosas que hablaban de su vida? ... Una gran conmoción le sacudía tremante y una crisis aguda disipada en sollozos le tendió sobre un diván donde otrora, contemplara el paisaje eternamente blanco de la nieve.... Y vinieron sus amores y vivieron un poema: cada verso era vibración de sus almas en un beso ¡exasperada lucha de cuerpos que perseguían el fugitivo desmayo con una acariciante sensualidad de vaivén! Pequeños devaneos amorosos daban matices delicados a las ásperas lascivias, quemaban sus labios las voluptuosas sedes de la carne triste, irredenta para los cultos espirituales.... Y Jimeno Zelanda, de pie, asido a la consola, estoico en su dolor ante la indiferencia de Lucy, recordaba todo eso; sucedíanse las imágenes en un tropel confuso, exacerbando su hiperestesia de hombre que había amado mucho .... Pero agotáronse las súplicas, la rabia impetuosa trocóse en lamentable pasividad y Jimeno Zelanda salió del gabinete azul perdido para siempre, hundido en el abismo de infinita hondura que es una alma sin amor.... V —¿Y vuestra novela?.... —Diferente de las anteriores por entero. Pretendo esta vez encontrar el sentido exacto de la vida popular. ¡Cuántas veces en mis paseos de extramuros, a horas grises de la tarde, cuando todos los dolores parecen avivarse, sorprendí en los barrios de la pobreza escenas de ternura, rápidas, ¡de una violencia! .... Entre tanta miseria—pensaba—se encuentra un sentir definido y sincero, la perdida naturalidad de nuestros espíritus viciados, disecos por el análisis de vanas sicologías! En tales momentos surgió en mí la idea de una novela donde todo fuera alma de pueblo, recia, tosca de forma y de brutal gallardía; alma de pueblo en sus puerilidades, en sus ansias y rencores.... Ante Fernando y Florencia la avenida se extendía hasta unir los senderos en el confín donde el sol cayendo tornasolaba el verde de los árboles y el campo. —Contadme el asunto, pidió Florencia. —La concepción quizás sea un poco extraviada. Un obrero mecánico, enfermizo, sabedor de su muerte próxima se enamora—el amor es siempre el resorte de toda tragedia interior, explicó a modo de disculpa—de cierta vecina suya, valiente mujer que sostiene un hijo pequeño. Mi héroe tiene una madre que mantiene y mima. Venciendo timideces habla a la amiga de su amor; ella contesta franca, no le ama, le tiene sí, vehemente simpatía. Endeble, con sus ojos hundidos, su cuerpo averiado, figúrasele un niño, otro hijo que cuidar y guiar—hay mujeres que aman como madres—otro hijo que alimentar con la labor de todos los días y el trabajo del corazón; en suma, le da esperanzas para un futuro próximo. El, como ella, tienen por quién sacrificarse; les hermana la comunidad de su misión; pero surge el obstáculo y el amor se enciende. La madre se opone a la unión; en vano el hijo invocará su amor, la bondad de su amada, la madre es egoísta; su cordura presume un jornal exiguo que repartir entre cuatro bocas y, además, le repugna el hijo “de esa mujer”, porque también en el bajo pueblo hay categorías exigentes. Huye la madre de la casa; se muda al otro extremo de la ciudad. Entonces el hijo enfermo, debilitado, incapaz de luchar, sucumbe poco a poco porque—sin ironía—es superior a su energía el esfuerzo de atravesar jadeante de amor la ciudad toda para ver dos minutos a su amada.... Y muere la pasión, por si propia, por falta de fuego común, encerrada en el egoísmo del alma, y el amante solamente tiene la protesta de un silencio hosco y triste. Como Fernando callara ya, ella sin atreverse al elogio, después de pensar, dijo: —No hay en este tema su fogosidad habitual. Más de una vez he leído en sus libros la proclamación de una necesidad de lucha fuerte, una urgencia de desgarramiento! que después de todo herida una nueva fortaleza nace y venga el pasado desfalleciente. En otros libros opina de distinto modo que ahora, en alguno Ud. ha dicho: grave pecado es apartarse de la vida, salir del camino por donde todos vamos y a cuya meta llegarán tan sólo los que vivieron con intensidad, gozando, sufriendo y haciendo de la existencia algo más que una fantasía graciosa y estéril o un cuento infantil. ¿No son éstas las palabras?... Volvió a callar; la inflexión de la voz sincera, llegó a Fernando como el recuerdo de una música ya escuchada que puso lágrimas en los ojos y en el corazón una enfermiza ternura. Después continuó: —En verdad, muchas veces las pequeñas causas debilitan grandes amores, y también porque los enamorados no son audaces en la conquista, constantes en el asedio, persistentes.... —¡No, no! —dijo, como gimiendo—no, agregó, quede eso para el mariposeo sutil, juego de palabras y de miradas, del que busca la ocasión propicia; un salón, un baile, una comida, un paseo.... ¡otros hay que no sienten el amor de tal manera! En ese instante olvidaba sus palabras de otro tiempo; lo olvidaba todo frente a ella.... ¡ella! Y Florencia: —¿Hay pues dos maneras de sentir la pasión?.... Y él: —O más precisamente, hay dos amores. Uno fuera del espíritu mismo, el escarceo, la caza de fragilidades ciertas.. ..¡el otro amor!—la voz se opacaba—es algo más grande y más pequeño, hechura de paradojas, de contradicciones, sentido muy dentro, muy hondamente, muy secretamente.... De vuelta a la casa recorrieron sin hablar todo el camino; eran ya inútiles las palabras, se adivinaban en las manos, buscándose presas de un íntimo y mismo fluido; sus temblores delataban la interior sensibilidad vibrante en las más simples manifestaciones; buscábanse inquietas, se encontraban ansiosas, se unieron cerrando entre las dos almas la alianza estrecha y secreta... Y el amante pidió besos para proteger la belleza excelsa de aquellas blancas mensajeras de un presante divino: ¡la dicha romántica de adorarla! Al fondo del paisaje el sol había desaparecido ya, con una última explosión de luz deshecha en nubes rojas que incendiaron el crepúsculo. VI Después de Octavia Méndez todas las señoras abandonaron la mesa rodeada por una cadena de rosas perfumadas y rojas. Presentaba bien sus convites quincenales don Jacinto Suárez, siete veces ministro, honorable viejecito libertino. Reunía en sus comidas la compañía amable y seria de mundanos y políticos buscando “círculo” para su sobrina Elisa, espiritual, belleza tímida que paseaba los salones prodigando sonrisas discretas. Librados de las señoras, los hombres en el comedor bajaron las voces: se iniciaban los chistes verdes, se hablaba de mujeres.... A Márquez fastidiábale el tema eterno: la mujer—los hombres a solas sólo hablan de mujeres ¡puah! ¡es cargante eso!—concluyó. —Lleva Ud. razón, joven, musitó a su lado don Fausto Morales, anciano civilista que vestía a la antigua con suma corrección y que pasaba por ser una medianía silenciosa. Márquez habló de política; instantáneamente a su voz, otras se alzaron airadas, vibraron violentas: —¡No, no! —¡Fuera la vergüenza! —¡Nada de politiquerías! El cognac, los vinos, habían puesto en las miradas cierto brillo agresivo; con algunas copas dentro, todos, con unánime alegría proclamaron la suciedad de la política; todos medraban, empero, de ella; cuál más, cuál menos, ejercitaba su peruano derecho difamándola por espíritu y costumbre. Anunciaban los diarios esa noche la caída del ministerio; de ello se ocupó Zegarra. Don Jacinto silabeó una censura. Estaba en la oposición; negárale el gobierno ciertas concesiones ferrocarrileras y la ofensa perjudicial a sus intereses provocó el rompimiento. Como era senador y tenía el prestigio de su dinero, resultaba enemigo de cuidado, sino terrible. Ordinariamente hablaba mal de la política aun cuando ella fuera la palanca máxima de su vida. Al contrario de su condiscípulo don Fausto Segura, era sonoro, quería “hacerse sentir”; Segura, al revés, pretendía pasar inadvertido y lo conseguía con frecuencia. —La caída del Ministerio—explicaba don Jacinto-tiene causa en la ley humana de conservación. Los espíritus estaban exacerbados en la izquierda, las mayorías inciertas, descontentas, y como obstáculo para la armonía legislativa ¡el ministerio! ¡Nefando en verdad este Ministerio! Su caída era impetrada por la situación—concluyó solemne. Entonces, Márquez de Zegarra, aburridísimo, contradijo por contradecir. Don Fausto tenía opinión exacta que don Jacinto Márquez creía acertado al gobierno y lo profetizaba fecundo. —¿Y el Congreso gemía, don Fausto,— y ese deseo de imponerse al Congreso y mandar solo?.... —En ello está su fuerza, repuso Márquez. —¡Oh! se burla Ud., el Congreso es el control ... Jimeno Zelanda terció en la discusión afirmando el concepto de Márquez y, a su vez, un ahijado de don Jacinto, universitario distinguido, intervino: “protestaba"— y ante cuatro comensales agradecidos al padrino, expuso que “el concepto de las democracias modernas primaba sobre el desenfreno despótico de los gobiernos que querían ser solos y sin control, que en estos tiempos el eje del progreso”.... Defendía sus teorías librescas con ardor de convencido y en su preocupada seriedad adivinábase al político futuro. Hacia el otro extremo de la mesa, Santibañez saliendo de su alcoholismo taciturno insistió:—El Congreso no hace falta, y completaba la frase con un ademán. Todavía argüyó el viejecito, pero todos estaban de acuerdo y tras la opinión uniforme conseguida, la charla mariposeó sobre nuevos temas. Y como se alargara aún la queja de don Fausto. Márquez le interrumpió festivo: —¿Hasta dónde llegaría su enemistad con el Gobierno?—¿Hasta lograr un ministerio, quizás? ... El viejecito aseguró que Márquez era muy joven, “no había vivido”, “no conocía”.... ¡La vida!, suspiró por fin y quedóse mirando fijamente el exorno de la mesa. Paladeando el último cognac se levantaron. Amador Méndez separado del grupo contemplaba una tanagra colocada sobre una mesita. Erguida sobre su ménsula, alta y frágil, la estatuilla realizaba un milagro de armonía. En el plinto chato descubríase una ilegible leyenda. Admiraba el poeta los pliegues sueltos de la túnica y el supremo ademán de elevación de aquellos brazos en alto.... Figurábasele en armonía con su interior esa actitud. ¡Ah, elevarse y cesar! Un ideal suyo, por sobre todos los otros. Aburríase un poco en las reuniones de don Jacinto a las que asistía por procurar a su mujer la necesaria distracción social y también a Florencia. Vacío el comedor, los invitados esparciéronse por los salones donde había de servirse el café. Aquí y allá, por entre los tocados suntuosos comenzaron a elevarse columnas azules y aromosas: la suave bondad de las señoras permitía el tabaco. Se iniciaron los apartes y los discreteos; cada mujer tenía fijos sobre sí los ojos de cualquier galán ansioso y enamorado a quien placíale atormentar. En la esquina de un salón, junto al piano, dialogaban Recaredo Sánchez y Elisa; él un mozo simpático y sin dinero de quien Elisa sentíase atraída por sus bellos ojos y por sus frases bonitas, tantas dichas en tan pocos minutos que demostraban memoria excelente. Además, Recaredo sabía ponerse triste con rara oportunidad. A poco de comenzado el diálogo, llegóse al grupo Amelia Gonzada, admiradora también de Recaredo “tenorio”. Tijereteaban; sacaba él un gran partido para las ironías y las chirigotas con esta manera de pasar el tiempo hurgando la vida agena. Jimeno Zelanda que vagaba desorientado por los salones, fatigado en la noche insulsa, pasó al lado de ellas. Las mujeres le reclamaron: —¡Un remedio para vivir!—suspiró Amelia arqueando las cejas, sonriendo con los ojos, la boca, con el rostro todo sabiamente estucado, en una mueca clownesca. Jimeno a su vez sonrió y sonriendo comenzó a teclar en el piano un motivo finamente sentimental de Bethoven. Cuando se apagó el eco último. —Muy bonito, ¿no?— dijo Amelia sin comprender y Recaredo estirando los pies desde su butaca silabeó:- Todo eso es muy confuso.... —Lleva Ud. razón, terminó Elisa. Jimeno volvióse hacia el grupo; con una infinita pereza, una angustiada lasitud corrigió su gesto de desprecio y vuelto al piano atacó entre risas y entre aplausos las armonías fáciles de un vals de Strauss. Llegaron hasta un pequeño refugio tapizado de sedas claras donde el pavonado de las lámparas velaba la claridad de las luces. Fernando, casi violentó, interrogó: —Florencia, hace un instante en medio al rumor de aquella gente dijisteis unas palabras.... ¿Es cierto? Dijisteis, cada cual tiene su quimera, todos somos locos de una locura que es un sueño y que puede ser una realidad.... ¿Es cierto eso? ¿Poseo la certeza al adivinar en vuestras palabras una intención? Con gran trabajo contestó la enamorada: —Mis palabras, eran nada más que naturales. —Sí, naturales; pero han llegado a mí de tal modo, que aún siéndolo parecenme ocultar una significación interior.... —¿Y creeis? —¡Espero, Florencia! .... Con todas mis fuerzas, con la vida puesta en la esperanza. Algo me induce a esperar sin querer que huya de mi locura. A veces, confieso, vuestro silencio, vuestro enigma en cuya sombra acaso vais tejiendo una vida distinta, me asusta.... Pensad que soñé germinaba en mí un gran amor. Amaba con todas las torturas y angustias, sintiendo el dolor de amar y amar a quien era un imposible, una nueva hermética. Tal mujer por vivir en sí estaba lejana de la vida y era inútil querer alcanzarla ... Recobrada la calma, ella respondió: —Un sueño interesante, para un cuento interesante, Fernando. —¿Veis Florencia? Es otra vuestra voz en este momento. ¿No sois pues sincera? ¿No queréis comprenderme? Callaba Florencia inmutada. Un extraño fulgor de vehemencia abrillantaba los ojos de Fernando. —¡Ah, sabéis que os amo perdidamente!—continuó después—que vuestro nombre es en mis labios eterno verso, armonía eterna, que os sueño, que os vivo dentro de mí mismo!... —¡Fernando! —Sí, sabéis todo eso y hablais ligera, irónica, otra! .. —gimió, arrebatado ya. Florencia tras una pausa se llegó hasta él que ocultaba el rostro bañado en lágrimas entre las manos temblorosas. —Fernando, ¡cómo esperaba yo este momento! Se alzó de nuevo moviendo las frágiles manos: —¿Cómo el que había de llegar? —Como lo que se desea y se teme, con la duda de que callases, con el deseo de comunión de nuestros amores, con la inquietud de no resistir esta emoción... Lágrimas asomaron en los ojos de la enamorada, y, a la vez, una pálida sonrisa atenuaba la congoja. En el amante los sentimientos ahogaban las palabras, frases entrecortadas se escapaban entre comprimidos sollozos .... —Y yo, y yo, también he dudado, perdóname, tú sabes, quien más duda, es quién más ama.... Cuando esa noche Santibañez enfundado en su fraccomo en una mortaja, redactaba en el periódico la nota social: “Una fiesta de exquisita cortesanía y refinado...."— detuvo el elogio acostumbrado y recordó bruscamente los besos de una tarde, besos que eran un desflorarse de rosas vivientes en los labios de Elisa. Recordó después el desvío, el desdén .... rasgó colérico el papel y con la pluma en la mano quedó como aniquilado, mirando con fijeza los muros cubiertos de suciedad y figuras grotescas, sin pensar en nada.... VIII La Mendieta realizaba el tipo de trotera criolla afinada a fuerza de pasar por los mil tamises de sus amantes tronados. Su ascendencia perdíase en la accidentada noche de las jaranas burdeleras donde ella vivió al desgaire una adolescencia precoz hasta reventar en flor entre un compás sensual de moza mala y el coreo de negros cajeadores. Fresca la moza y de gracioso desenfado, pronto hubo de hacer carrera y llegar a la conquista de la admiración unánime y el deseo de la gente “del vivir”. En cualquier noche de juerga la conoció don Jacinto Suárez que tenía decidida inclinación a las mocedades garridas tarifables. Bailaba Julia el arriesgado compás de un fondero y palpitaba incitativa la frescura morena de su carne. Trazaban sus pies complicadas geometrías, mientras las caderas seguían el compás balanceándose cálidamente, o, en otro compás, ofreciendo el vientre combado, lascivo para después en un esguince esquivar el encuentro del bailarín pareja, con airoso contoneo, como imponiendo al ímpetu rijoso del hombre la burla sutil de una risa de mujer .. Don Jacinto, que en política titulábase nacionalista, justificaba con su afición al criollismo turbulento de las parrandas y su apego al desgarrado vivir de la gente bruna, su tiquete. Sangre de antiguo criollo latía en sus venas cegándole de entusiasmo a los sones roncos de las guitarras, el redoble inicial de los fonderos y el aguardiente fraternalmente bebido en una sola copa en la picaresca unión de doña María y Simona “La Bruja”, hembras de buen ver y mejor lengua. Hallaba en el criollismo bailable un particular encanto, un sabor antes no gustado, y paladeaba sus recuerdos de Tenorio; la evocación de una morena con prometedores ojos soñolientos.... Seducido, recogió a la Mendieta y la estableció elevándola a la categoría de daifa codiciable que podía dedicarse al amor ....por amor.... En compañía de la hembra de tal galán hallábase Fernando en esa tarde de proyectado paseo y en la que media hora de espera a Márquez y Lucy bastáranle a ponerle inquieto y amargado. Lucy despedíase de vuelta a Europa, y propusiérale a Márquez tal exotismo que por lo demás sabía perfectamente schocking. Márquez aceptó gustoso y comprometió a Fernando; por otra parte-aseguró—la Mendieta es hasta fina y nos divertiremos maravillosamente! A las cinco llegaron la inglesa y su amante. —¿Esperaron mucho? Bien, ahora a Citerea.. . Citerea era un viejo caserón al centro de un jardín raquítico en la tranquila barriada del Cercado. Márquez que presumía hacer bien las cosas, extremó los preparativos. Lucy, como encantada, corrigió su gesto de esplinática y se dispuso a ser alegre demostrando su contento con entrecortadas risas histéricas.... A poco el viejo guardador vino a decirles que todo estaba dispuesto para la merienda. Suavizaba el ardor de la tarde el crepúsculo, mezquino como limeño, y bajo la rotonda sombreada por enredaderas de azuladas campanillas, la albura del mantel era una mancha extrañamente alegre en el conjunto de floja melancolía. Ahuyentaban ellos su desencanto y bebían largamente de todos los licores en las mismas copas en cuyo fondo dormía su sueño el hastío.... Disipaban las mujeres con sus risas, con sus caricias provocativas, el tedioso ambiente de “lo previsto”.... Márquez se desconsolaba. —¡Estas cosas con programa, fracasan siempre! Por olvidar la inercia quisieron correr; jugaban al escondite complaciéndose en furtivas caricias, pero la tarde estaba implacablemente fría y la conclusión fue siempre vulgar, y por vulgar, triste ... Fernando la misma noche quiso agregar algunas líneas a su novela que adelantaba; sentía poseer la intuición de todo un capítulo....fue a tomar la pluma y, traidoramente, desfilaron por su imaginación las escenas de la tarde. De aquel fondo de baja concupiscencia y remordimientos cobardes emergía como un sueño la imagen de Florencia.... Dejó la pluma y frente a la visión extendió los brazos en una ansiedad suprema de infinito, de idealismo, de verdad hecha vida.... IX —Tu mal, querido,—dijérale Márquez—es un mal que no tiene más cura que doblar las rodillas ante el cura.... Se efectuó la boda en una mañana soñolienta, muy temprano, con buscada sencillez. Cuatro amigos: Márquez, Méndez y Octavia, don Jacinto y Elisa.... Segura se excusó, “impedíanle concurrir sus abrumadoras tareas ministeriales” .... Había llegado. Ya en Chosica los novios, instalados en una habitación de hotel con blancas cortinas rameadas, una timidez instantánea les inmutó. Fernando meditaba el ridículo de la situación que él, analista apasionado, detallara cruelmente en alguna novela .... ¡Pero cual distancia a la realidad! No se acercaba a Florencia por el temor de parecerle brutal; revivían en él extrañas sutilezas; pensaba amargamente en los momentos de prosaica intimidad con la mujer que idealizara elevándola por sobre todas las cosas. Pensaba en las pequeñas contingencias materiales que por oscuras complicaciones derriban los cultos y deshacen los más grandes amores. Acudían a su memoria lecturas de sicologías amorosas que le confundían más aún alejándole del momento actual. Pretendía propiciar un gesto, cualquiera actitud y permanecía cobarde, como vencido por un desesperante entorpecimiento. Florencia en tanto rebuscaba algo dentro la pequeña maleta; la oprimía, a su vez, una turbación vaga, ansias y temores. De pronto, feliz, alzó en sus manos un pequeño paquete: —¡Mis cartas! ¿Sabes? Las escribía para ti, nunca te las mandé por... Un gran respiro dilató el pecho del marido; se acercó temblando y la besó en la frente: —¿Quieres que las leamos?.... Comenzaron a decirlas en voz baja, oprimiéndose, reviviendo pasados instantes con cierta fraternal ternura. Eran papeles violados y tersos donde una mano afiebrada trazara líneas rápidas en violenta convulsión amorosa .... Una a una pasaban las cartas revelando un amor intenso, imperioso. Ella acentuaba unas frases, atenuaba otras y fijaba a veces en Fernando la mirada clara de sus ojos curiosos. Casi todas las cartas hablaban de sueños. Abandonábase a la dicha de saberse amada, sintiendo apenas vagas añoranzas que ocultaba. Asomaban en algunas frases intuiciones de mujer entre jugueteos de niña. Decía una carta: “He tenido en mis manos el reloj en que tantas veces vimos huir el tiempo ¡tan de prisa!" “Viéndole hoy, sentí la lentitud de cada minuto, pensé en los días que aún nos separan hasta que de nuevo ... pero no te lo digo, podrías ponerte vanidoso.... ¿Si supieras que soñé contigo y que tenía los labios adormecidos de besos?” Fue en una ausencia de Fernando cuando él partió para un caserío serrano en busca de negocios y apuntes para un libro. Otra carta decía: “Ninguna más caprichosa, ninguna más relativa idea que la idea de tiempo ... ¿Verdad? Es fugaz a veces y a veces eterno; fatigante hoy, demasiado liviano mañana.. En el amor todo tiempo que pasa es dicha que se va: en nuestro amor, cada minuto se lleva un recuerdo.... Hoy que mis horas son de esperanza solamente, dijérase que el tiempo se ha estancado en mi corazón marcando la hora inevitable y abriendo los brazos quiere ahogarme en un abrazo de vacío y de nada ¡Fernando!” Siempre he tenido esa obsesión del tiempo y los sueños—dijo, como para justificar algunas líneas. Y después: —De niña, en el colegio, cada sueño era una consulta al oráculo, con una angustiosa superación; me asustaban los malos presagios .... Y desde que te amé, ¡amor! mis sueños y mis obsesiones se hicieron agudos, irresistibles. Duplicando mis sufrimientos duplicaban mi cariño.... Quiso entonces enlazarla en el cerco amoroso de sus brazos, todavía ella se esquivó blandamente, con un instintivo gesto de reproche y de temor, para abandonarse más castamente .... X Días pasaron en que el dolor de vivir durmió un sueño de olvido sobre la locura de sus amores. Siguió el tiempo midiendo la felicidad de los amantes en aquel pueblo, hasta que de nuevo fue preciso volver a la vida ciudadana, ordinaria y fatigosa. Para Fernando comenzaron al cabo las diarias crisis nerviosas. Olvidado del arte rehuía la presencia de Méndez temiendo el turbador sarcasmo, y en aquella lucha por no verle, habitando la misma casa, en esa intensidad suya por borrar todo recuerdo del pasado literario, había algo extraño, un maniático afán que le apartaba de los demás. Alguien se lo hizo notar, e instantáneamente interrogó: —¿Y mi mujer no me lo ha conocido, no me comprende? La amargura sellaba en sus labios un gesto de cólera. Florencia olvidada de sí misma sabía sólo que amaba y era amada. Allí terminaba para ella la razón de ser de su existencia; su alma no se agitó al soplo formidable de las grandes pasiones; no era el suyo espíritu educado para la inquietud, para la ambición mortal de lo imposible; era simplemente mujer. Sueño singular, tuvo desde niña el presentimiento de un amor así, total y absoluto, que ella devolvería con todas sus fuerzas, ciega y apasionada, y ese amor había llegado. Completados sus ideales no tuvo fuerzas para levantar sobre realidades hermosas nuevos sueños, nuevas ideas sobre aquel magnífico coronamiento de su vida; jamás concibiera el diabólico afán, la tortura creciente que agotaba a su marido. Le suponía feliz —¿no lo era ella? —porque le amaba y era toda de él, con la voluntad que es materia y espíritu. Gozábase a su lado del fresco perfume de humana dicha que rodea a las personas que alcanzaron esa felicidad viajera de los amores cumplidos. Prodigaba orgullosamente su alegría de amar, proclamándola como el más alto don concedido por el Alta gracia ignorada y divina, tan necesaria al infortunio creyente. Alarmábanla, empero, ensombreciendo pasajeramente su tranquilidad, las crisis violentas de Fernando. Complacíase en cuidarle, rodeándole de solícitas ternuras. Y con firme empeño y fingida rigidez graduaba sus alimentos, sus lecturas, sus instantes de soledad que él buscaba para hundirse en la oscuridad de su desorientación y su desventura.... Alguna vez fue preciso consultar un médico. Fernando estaba reclinado en un sillón, envuelto en mantas, cubierto el rostro por una noble palidez; débil y sumiso. Ella a sus pies leía. Anunciaron al facultativo. Ella se levantó pronta, onduló en la penumbra su cuerpo fresco y ofreció al hombre que avanzaba sus manos, como suplicando. Fernando la veía llena de gracia y de esperanza, y se compadecía de sí mismo infinitamente, inquieto porque un sordo rencor corroía su ánimo contra esa mujer suya que adoraba ¡que adoraba a pesar de todo! El médico le auscultó, le examinó minucioso y diagnosticó breve: exitación nerviosa aguda. Bromuro, ejercicios físicos, absoluto reposo intelectual. Ella sonrió satisfecha y tranquila. Fernando oyó resignado. —¿Podrá escribir? —Ni cartas. Después se marchó el médico haciendo todavía algunas recomendaciones. Se oyeron unos instantes sus pasos en el corredor. Florencia le acompañó a la puerta y allí grave y docto, la dijo confidencialmente: —¿Tiene disgustos en la casa su marido? Ella sorprendida: —¡Jamás! El galeno murmuró algo entre dientes y por fin saludó: —Señora, adiós.... Cuando volvió hacia el enfermo, Fernando tenía fijas en el jardín las pupilas inquietas y el enflaquecido rostro mojado en lágrimas... Ella se arrodilló: —¿Qué?... ¿Qué?.... Juntos, estrechados, confundidos, él pidió perdón para la buena, para la única, perdón de sus locuras, perdón de todo el odio injusto y repugnante, perdón de su cobardía.... Y como Florencia no comprendiera, él: —¿Sabes? Y después, más bajo: —....que un momento te odié.... XI A la hora de comer recibió Fernando una carta franqueada en el extranjero y tras de leerla fue a encerrarse en su habitación donde amontonaba muebles y recuerdos de la soltería. Traía la carta el rumor de aquella vida de fuera, inquieta y plena, qon desesperaciones en la lucha y apoteosis inverosímiles, su vida pasada, en cuatro líneas que parecían inmovilizarse en la acusación: él, como todos, fue vencido por el amorcillo de aldea, la ternura grata al hombre y al rumiante, y no supo levantar el vuelo para llegar a la tierra de promesas .... ¡Ah, pero ni eso! ¿Había él luchado totalmente? Otro anónimo al rebaño, uno más para el ejército miserable hartado de egoísmos, averiado de envidias, rabioso de impotencias, ahito de ocio y limitación. ¿Y Florencia?¿Por qué no acogerse a ella, sublime salvación, consolador refugio? Le traería con sus manos blancas, infatigables obreras de la quimera, la santa paz, la mansa tranquilidad y el olvido de su pasado falto de realidades. Pero ese mismo pasado revivía en su memoria con espléndida crudeza poniéndole frente a la interrogación dolorosa: ir a él de nuevo, tornarlo en porvenir—o quedarse enamorado allí, en la oscuridad simple de la ciudad, donde era un desamparado que buscaba una humillante adaptación: ser una sombra más entre tantas sombras gesticulantes. ¡Qué sarcasmo eran sus palabras de años atrás dichas a Méndez cuando él sonreía fascinado por la victoriosa vida llevada: “¡cómo has podido olvidar!” Ahora ni siquiera olvidaba, renegaba, en medio de las eternas dudas que, finalmente, no le evidenciaban otra cosa que su baja cobardía humana. Volvía su imaginación hacia Florencia, admiraba en ella todas las bellezas y las seducciones, como fundiéndose voluntarias en la criatura signada: una belleza gentilicia, un rostro donde la línea era unánime armonía y un perfil delicado y enérgico. Se la representaba, imaginativamente, con su tranquila y larga mirada. Aquellos ojos serenos guardaban la inquietud de un secreto inconfesable. ¿Y ese secreto? ¿Era realidad o la había forjado su neurosis? En la dubitación se inclinaba a la certeza; siempre la entreviera como un enigma; algo existía en el fondo de esa alma tan suya ¡ay! y tan lejana, sin embargo. Escrutaba las menores actitudes, gestos y palabras; analizaba hasta la exacerbación de sus nervios cruelmente afinados en tan horrible ejercicio.... ¡ah! era sentirse sombra en la claridad viva y radiosa, verla y pensar que no era toda de él, que había un secreto, una luz que se alejaba vacilante, imperceptible casi, en el horizonte magnífico de una vida que se truncaba.... ¡Cómo recordaba su frase: antes de la primera sonrisa, había entre nosotros una historia de miradas! Sí, y una, el secreto de una mirada que ella avaramente guardaba bajo la sombra de los párpados nítidos, agitados quizás por el recuerdo en las interminables noches de insomnio! Quería revivir y precisar palabras en una búsqueda furiosa y taciturna; encontrar tal, cual sonrisa en pago de cualquier galantería oportuna.... Veíala riente y tentadora, con la inalterable sonrisa en los labios que él quemara a besos.. Veíala deseada, rodeada de la adulación de hombres que profanaban con miradas cargadas de lujuria la adorada blancura. ¿Y si alguien?.... ¿No era posible?... Pensaba en una hora de infausto azar, de torpe desfallecimiento.... Ante la sospecha del espíritu enfermo, toda la horrible ansiedad se helaba locamente ¡saber! ¡saber! ¡Pero, saber qué!... Saber qué, si él dudaba de todo y de nada. Sus celos, su sentimiento exaltado que deformaba la realidad, eran de todo y de nada. Era la duda de sí mismo, la duda espantosa, de su conciencia, de su voluntad, de su ser, de cuanto al rededor de él vivía animado o inerte, la duda que exasperaba ahora su neurosis. ¡Triste resultado de una vida! Al fin, qué importaban los esfuerzos cumplidos para ascender hacia una gloria consciente y justa, hacia una existencia máxima y fuerte, apartada de todas las igualdades humanas! El habíase quemado en su propio fuego y se consumía ahora debatiéndose en la terrible alternativa. ¡A cuántos destinos se orientó! Vehemente y puro, aspiró infinitamente a todas las altitudes. El amor habíale traicionado. En el amor estaba la iniciación de la caída miserable con las alas rotas ... Ella era, pues la culpable que gozaba de la dicha de amarle mientras él moría desesperado.... Continuó todavía en su delirio toda la noche. Su cuerpo estaba laxo, mojado por un frío sudor; su vista erraba torpe en la sombra, su primera violencia tornábase lánguida agonía; en el cerebro calentado por las horribles visiones lascivas hacíase una oquedad horrible. Se sintió débil, ebrio. Tenía la certidumbre de una crisis próxima, la muerte quizás, y el miedo de morir le asaltaba, el miedo de morir dejándola a ella.. —¿No debería a su vez morir la culpable, puesto que él moría? Y tacteando, autómata, apretó entre las manos flojas el revólver. Guiábale una idea oscura. A pasos desiguales atravesó algunas habitaciones, con un pesado cansancio, como si alguien le detuviera y llegó a la alcoba de Florencia. Escuchó su respiro tranquilo. La confianza serena de su mujer le sorprendió—porque ella debía saber.... —pero más fuerte el instinto que esa última duda, llevó su mano al lecho y alargando el brazo disparó sobre el cuerpo que ondulaba débilmente bajo las sabanas.... El eco de los disparos rebotó en su corazón, un gran dolor le echó por tierra y una confusión de alaridos y sollozos resonó en el trágico silencio de la casa.... XII Cuando regresaban de aquel ceremonial ciertamente triste, Jimeno de Zelanda hizo la defensa de Fernando: —No, no se trata de un degenerado. Hoy todos los crímenes encuentran una disculpa en la morfina y en el éter; en cualquier droga para raras aficiones. Es fácil el pretexto, porque lo que llamamos pudor social sella en los labios la protesta sincera. De seguro que si habláramos rechazaríamos la condenación del veneno bondadoso que pone una tregua entre el dolor cotidiano y la espera de la nada. La buena fe social no admite criminales que no sean degenerados; esto es cómodo pero falso. El caso de Fernando, por ejemplo, es una simple cuestión sentimental, un exceso de amor. Márquez de Zegarra, Santibañez y el mismo Recaredo alzaron la vista sorprendidos. —Nada más— afirmó Zelanda. Y después: —Estaríais con mi opinión, si vuestro escepticismo permitiera una excursión por el reino de las almas enamoradas. Fernando acaparó felicidad con peligroso exceso y como tenía alma privilegiada para el sufrimiento—era en verdad de “los menos”— olvidó el sentido de la vida y su locura estalló en crimen; de allí que no me extrañaría que dijera a sus jueces: yo adoraba a mi mujer, la adoraba tanto que la maté .. Su crimen es un accidente común en la gran novela de la pasión. El coche que llevaba a los amigos continuaba sus tumbos; la carrera se hacía larga. —En suma, no comprendo —arguyó Recaredo—amo y me aman, ¿y suprimo la felicidad?.... —Si es mucha ¡claro! Depende de las almas, querido, y si no la suprimes tu amante se cuidará de ello,— y como si Jimeno no reparara en la frente nublada de Márquez, a él se dirigió con la pregunta.—¿Verdad, Márquez?... La interrogación era cortante: fue pronunciada con un odio tranquilo, con la certeza del que aguarda años para la venganza de un minuto.... Pudo disimular Zegarra y con fija sonrisa dijo en un ademán: —Como Ud. yo creo en las circunstancias; las afirmaciones me horripilan ... ¡quizás!.... quizás si tiene Ud. razón... —Desorientado y nada más, finalizó Santibañez. Jimeno, como hablando consigo mismo, acentuó: —¡y qué terrible es eso! Recaredo encendió un cigarro y tirando la cerilla dejó escapar una frase: —¡Caramba, es sensible! Se nos va una gran mujer.... Llegaban al “centro” bullicioso y chillonamente colorido. Entraron "chez Klein” y pidieron mentas; sorbiendo el licor cambiaron de conversación porque “aquello”, era fastidiosamente fúnebre. Zelanda se despidió. Con fuerte emoción recordaba a la muerta y a Ribera; único defensor del caído, habíale justificado con fe y hasta con cierto fraternal egoísmo ¡pero qué importaba su disculpa aislada! ¿Para qué? Ya la gran familia tenía hecho el epitafio del amigo: Fernando era un tonto!.... Lima, 1914. INDICE Prólogo ........................IV La voluntad del tedio ...........4 El mal de la duda ..............97 De desastres a celebraciones: archivo digital de novelas peruanas (1885-1921) Proyecto del Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar: https://celacp.org/proyectos/de-desastres-a-celebraciones/ Encargada de transcripción: Alejandra Rivera Hermoza